Acorralado por el “narco escándalo” Espert renunció a la candidatura

Tras diez días de desgaste político y presión del macrismo, José Luis Espert renunció a su candidatura en la provincia de Buenos Aires. El caso Machado lo había dejado al borde del abismo y ni siquiera los punteros libertarios querían militar su cara.

Política 05 de octubre de 2025
nota

Finalmente el fusible saltó, no sin dejar daños

 

El domingo, a la hora en que el país se preparaba para la merienda, José Luis Espert escribió su epitafio político en X. “Puse a disposición mi renuncia… y el Presidente decidió aceptarla.” Un gesto que llegó diez días tarde y una eternidad política después.

 

En el Conurbano ya no había militancia dispuesta a repartir volantes con su cara. “Nos quema”, decían los coordinadores del espacio en La Matanza, Quilmes o Morón. Y tenían razón: Espert no era un candidato, era una amenaza de incendio en campaña seca.

 

El escándalo con Federico “Fred” Machado —acusado de narcotráfico y lavado en EE.UU.— fue la mecha, pero el problema era más profundo. La insistencia de Milei en sostenerlo lo convirtió en un símbolo de desconexión política. Lo defendió como si al hacerlo defendiera su propio ego. La lealtad, en su versión libertaria, se transformó en obstinación.

 

En los pasillos del PRO lo entendieron rápido. “Si no lo bajan, se hunden con él”, se escuchó en la reunión de Olivos del viernes, donde Mauricio Macri volvió a marcarle el paso al Presidente. Fue ahí donde se definió la suerte de Espert y, de paso, se consolidó otra conquista política del macrismo: colocar a Diego Santilli al tope de la lista bonaerense.

 

Diez días de desgastar a Milei

 

En política, los silencios son tan ruidosos como las palabras. Durante una semana entera, Milei eligió callar, aferrado a la idea de que sostener al “Profe” era sostener su relato: el del outsider que no cede ante la “casta”. Pero mientras hablaba de pureza, su entorno se envenenaba.

 

Karina Milei, la “Jefa”, fue la primera en marcarle el error. Santiago Caputo, el operador de la moderación, se alineó con Macri. Guillermo Francos solo pedía “que esto termine”. Y en el PRO, el mensaje fue claro: sin limpieza de listas, no hay campaña conjunta.

 

Milei, que había apostado su autoridad en la defensa de Espert, terminó firmando su rendición con un tuit de 280 caracteres. Lo que quiso presentar como decisión soberana fue, en realidad, una salida forzada.

Y como toda retirada en política, deja marcas: las del liderazgo dañado y la del tiempo perdido.

Los gobernadores libertarios —pocos, pero atentos— lo saben. En los territorios bonaerenses, los punteros ya operaban por su cuenta: “Vamos con Milei, pero sin el Profe”, era la consigna tácita. Ni las redes ni la retórica pudieron revertir el rechazo.

 

El candidato se volvió inviable no por los medios, sino por la calle. Y en política real, cuando la calle no acompaña, el poder empieza a oler a derrota.

 

El tablero y la revancha 

 

La caída de Espert es más que un episodio: es la radiografía del vínculo entre Milei y Macri. El Presidente libertario, que había llegado prometiendo independencia, terminó entregando otro pedazo de su armado. Santilli en la boleta es una señal evidente: el macrismo vuelve al ring, disfrazado de auxilio.

 

El juego está claro: Macri no busca cogobernar, busca absorber. Cada crisis del libertarismo es una oportunidad para reposicionarse como garante de la gobernabilidad que Milei no logra construir.

 

Y Washington, desde lejos, aplaude la “madurez institucional”. En la jerga diplomática, significa que la Casa Blanca confía más en los operadores de Macri que en el círculo místico de Olivos.

 

El caso Espert sirvió, además, para disciplinar al resto. Los libertarios entendieron el mensaje: la fidelidad no alcanza si se convierte en lastre electoral. En ese sentido, el “Profe” cayó como caen los fusibles: quemado para que la central no explote. Pero la central ya humea.

 

Lo que el escándalo deja

 

El caso Machado funcionó como catalizador. Expuestos los vínculos, la falta de reflejos y la descoordinación interna, el gobierno quedó en evidencia. Milei se quedó solo defendiendo a Espert mientras el resto contaba los minutos.

 

La operación de salida fue rápida una vez que intervino el macrismo, pero el daño ya estaba hecho. 

 

Diez días de exposición en redes, memes, burlas y contradicciones dejaron una cicatriz política que no se borra con un tuit.

 

Lo más grave no fue el escándalo en sí, sino el modo en que se gestionó.

Milei pareció confundir la fidelidad personal con la estrategia electoral. En política, eso se paga caro. Los líderes que no saben soltar terminan siendo prisioneros de su propio relato.

 

La alianza libertaria atraviesa una etapa de descomposición temprana, donde cada gesto se vuelve fractura. La crisis del “Profe” mostró que el Mileísmo tiene poder para resistir, pero poca capacidad para construir.

En la Provincia, donde todo se mide en litros de nafta y metros de volanteo, la renuncia fue recibida con alivio. “Por fin lo bajaron”, decía un referente libertario en Florencio Varela. “No podíamos caminar la calle con esa foto.”

 

Los punteros conocen mejor que nadie el termómetro social: cuando el vecino te devuelve el folleto con fastidio, la elección ya está perdida.

 

La salida de Espert, presentada como un acto de responsabilidad, fue en realidad una victoria del pragmatismo. El poder real no está en las redes ni en los discursos incendiarios: está en los que entienden cuándo cortar el cable antes del cortocircuito. Y ese, por ahora, es Macri. 

 

Milei quiso construir una épica de pureza, pero terminó atrapado en su propio laboratorio de lealtades. Sostuvo a Espert más de lo necesario, como quien defiende un reflejo de sí mismo.

 

La política no tiene paciencia con los que se enamoran de sus errores.

Y en este caso, el costo fue medible: diez días de desgaste, una interna expuesta y otro punto de poder cedido al socio que espera, paciente, su turno.

En la versión libertaria de la historia, el fusible se quemó solo. 

 

En la versión real, lo desconectó Macri. Y mientras Milei sigue convencido de que gobierna un movimiento, el resto de la rosca ya entendió que gobierna una crisis.

 

Espert, renunció 10 días tarde y para bajarse prefirió quemar a Milei.

 

El caso Espert duró más de lo que la lógica aconsejaba. Su salida no fue un acto de autoridad: fue un rescate negociado bajo presión de Macri.

En el nuevo esquema, Milei pone el relato y Macri pone la estructura. Una división del trabajo que huele a intervención encubierta.

 

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