Los jóvenes tienen menos relaciones sexuales: ¿El drama de desnudarse?

En contra de todo pronóstico, los ‘millennials’ y los jóvenes de la Generación Z tienen menos relaciones sexuales que las generaciones anteriores. Las razones son diversas y complejas, pero se habla ya de una recesión sexual.

Actualidad 24 de junio de 2023
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os jóvenes practican menos sexo de lo que se piensa. Menos del que tenían sus padres cuando eran jóvenes. Y menos incluso del que tenían sus abuelos. Al menos, así lo sugieren los estudios. Jean Twenge, psicóloga de la Universidad de San Diego, ha documentado el declive sexual de los norteamericanos. La generación silenciosa (nacidos en los años treinta y cuarenta) fue la más activa en su juventud y, de paso, la que más incrementó la tasa de natalidad. Resultado: las familias numerosas de los años cincuenta a setenta en las que crecieron los baby boomers. Estos bajaron algo el pistón. Pero no tanto como los que tienen ahora entre 18 y 29 años, es decir, el grueso de los millennials y la primera hornada de la generación Z. Casi uno de cada cuatro (el 23 por ciento) no ha tenido relaciones sexuales en el último año.

Twenge apunta como factor decisivo a la disminución del porcentaje de individuos con pareja estable entre los veinteañeros. Pero el asunto es complejo y trae a los expertos de cabeza. Y choca, además, con la idea preconcebida de que en los tiempos de Tinder (aplicación para ligar) y del ‘sexteo’ (el envío de mensajes de contenido sexual) lo de irse a la cama acompañado era más fácil que nunca. Pues no. Incluso los que no duermen solos tienen que competir con el teléfono móvil de su pareja, la tableta o la tele a la hora de captar su atención en el dormitorio. El revolcón puede esperar cuando estás viendo una serie. Total, si solo faltan tres capítulos para acabar la temporada…

 Un fenómeno global

La culpa no es solo del streaming, por supuesto. La revista The Atlantic, en un exhaustivo informe, habla de una «recesión sexual» en toda regla. Generalizada y mundial, que no solo afecta a los estadounidenses, sino que se extiende por otros países desarrollados, cuyos jóvenes están cortados por el mismo patrón. el de las redes sociales y la vida digital. Los holandeses, que en 2012 perdían la virginidad a los 17, ahora esperan casi hasta los 19 para estrenarse. En Finlandia se ha constatado un descenso del deseo sexual femenino.

El descenso de las relaciones se constata lo mismo en Estados Unidos que en Finlandia, pero Japón es un caso singular. El 43 por ciento de los jóvenes de entre 18 y 34 años sigue siendo virgen

Por su parte, el British Medical Journal señala que solo cuatro de cada diez hombres y mujeres de 16 a 44 años han tenido sexo al menos una vez por semana en el último mes. En España, el último barómetro de la empresa de preservativos Control señala que el 64 por ciento de los jóvenes tiene, como mucho, una relación sexual por semana, menos de lo que quisieran. Ni siquiera los suecos (y las suecas) se salvan, al parecer por culpa del estrés, y por eso el Gobierno incentiva la paternidad con todo tipo de ayudas para que la tasa de nacimientos no decaiga.

La 'procrasturbación'

Vale la pena detenerse un momento en Japón, sumido en una angustiosa crisis demográfica. El 43 por ciento de los japoneses de entre 18 y 34 años siguen siendo vírgenes. Y el matrimonio tampoco garantiza la frecuencia sexual, pues casi la mitad de los casados lleva un mes sin mantener relaciones. La desgana nipona se vincula a la generación de los soushoku danshi; literalmente, los jóvenes varones herbívoros. Aquellos que no están interesados en la ‘carne’, pero no porque no la comen; es que no quieren tener ningún contacto con la carne humana. Tienen entre 15 y 34 años. Son el producto del declive de la economía japonesa: dos millones y medio que van tirando con trabajillos a tiempo parcial y casi un millón de ‘ninis’. Viven con sus padres. Entre la resignación y el apocamiento, se han olvidado de la existencia de las mujeres de carne y hueso, abastecidos de porno y juguetes sexuales cada vez más sofisticados… Y las mujeres se han olvidado de ellos, poco dispuestas a perder el tiempo con alguien que renuncia a luchar por fundar su propia familia.

El fenómeno, como vemos, traspasa fronteras. The Atlantic apunta a un cóctel que tiene varios ingredientes. Uno: los jóvenes prefieren el sexo en solitario antes que en compañía. No es tanto que el deseo haya decaído, sino que se prefieren otras maneras de conseguir placer menos expuestas. Se pierden los coqueteos y los besos, sí, pero se ahorran los desengaños y el mal de amores, que, no obstante, son etapas fundamentales en el desarrollo personal.

Los jóvenes prefieren el sexo en solitario que en compañía; no es que el deseo haya desaparecido; es que prefieren formas menos expuestas de conseguir placer

Los que se las saltan suelen estar menos preparados para las vicisitudes de la vida adulta. Ya se habla de ‘procrasturbación’, palabreja acuñada por el psicólogo Philip Zimbardo, que funde ‘procrastinación’ y ‘masturbación’ para aludir al hecho de postergar tareas de más enjundia, incluida la de buscarse pareja, ante el señuelo del porno ubicuo y fácilmente accesible. Japón, cómo no, es el líder en el diseño de muñecas sexuales (e incluso robots) de alta gama. Ha inventado, además, varios géneros de pornografía que, según The Economist, «se alejan cada vez más de lo sexual», entendido como aquello que suele excitar a la mayoría de los mortales. Lo más significativo, añade el semanario, «es que muchos jóvenes de uno y otro género consideran que el intercambio de fluidos al modo tradicional resulta fatigoso o engorroso». Les da pereza.

Dos: se tienen demasiadas preocupaciones y falta tiempo como para ennoviarse a la edad en la que aprietan las hormonas. La consecuencia es que se ha reducido el número de parejas jóvenes. Cada vez se casa menos gente y los que se casan lo hacen más tarde. Primero hay que terminar los estudios, encontrar un trabajo decente, meterse en una hipoteca… Al principio, muchos observadores explicaban la mengua en los matrimonios por el incremento de la cohabitación entre personas no casadas. Sin embargo, el índice de personas que viven juntas no ha crecido lo suficiente para compensar este descenso: a fecha de hoy, cerca del 60 por ciento de los adultos norteamericanos menores de 35 años vive sin cónyuge ni pareja estable. Las personas que viven en pareja acostumbran a tener mayor número de relaciones sexuales que las que no. Y es evidente que vivir con tus padres no favorece tu vida sexual.

“Ligamos con el primero que pasa porque no sabemos relacionarnos. Y no sabemos relacionarnos porque ligamos con el primero que pasa”, explica una joven

En realidad, el porcentaje de adolescentes que afirma estar saliendo con otros ha disminuido en paralelo al porcentaje que confirma efectuar otras actividades propias de quienes se acercan a la mayoría de edad: trabajar por un salario, irse de casa, sacarse el carné de conducir.

A falta de una pareja estable se recurre al encuentro casual. ‘Aquí te pillo, aquí te mato’. Pero el sexo esporádico es eso… esporádico. Y exige una gran confianza en uno mismo. Y estar dispuesto a asumir el zarpazo en el ego de que te den calabazas. Ante tanta exigencia, hay quien recurre a su círculo de amistades. El ‘follamigo’ sin compromiso. Pero no es fácil alcanzar ese nivel de complicidad.

 Alexandra Solomon, profesora de psicología especializada en terapia de parejas, describe la cultura del ‘aquí te pillo, aquí te mato’ como «una cultura cimentada en la falta de relaciones personales». En palabras de una de sus alumnas, «ligamos con el primero que pasa porque no sabemos cómo relacionarnos. No sabemos cómo relacionarnos porque ligamos con el primero que pasa».

Según los datos de Tinder, en un año hubo 1600 millones de conexiones diarias. Pero solo acababan en emparejamientos virtuales 26 millones. Es decir, la efectividad es del 1,62 por ciento

Tres: las redes no facilitan las cosas, aunque lo parezca. A no ser que seas guapísimo, las plataformas de ligoteo suelen decepcionar. El último año que Tinder hizo públicas sus estadísticas fue 2014. Se registraron 1600 millones de conexiones diarias. Pero solo acababan en emparejamientos virtuales 26 millones. Es decir, la efectividad era del 1,62 por ciento. Y solo estamos considerando el famoso match, que, por lo general, no va más allá de un intercambio de mensajes. De ahí a quedar en una cafetería, hay un trecho. Y para que la cita acabe en revolcón hace falta poco menos que una carambola cósmica. Además, se ha extendido cierto temor a los malentendidos. Los problemas de violencia y acoso están llevando a que los jóvenes más concienciados se planteen dónde están los límites que conviene no traspasar.

Una encuesta realizada por The Economist/YouGov señala que el 17 por ciento de los adultos estadounidenses menores de 29 años opina que el hecho de que un hombre invite a una mujer a salir a tomar una copa «siempre» o «generalmente» es muestra de acoso sexual. El porcentaje de los que piensan así es mucho menor entre quienes superan los 30 años.

El terrible efecto del porno

Claro que no todos son tan considerados. Y esto nos lleva al cuarto punto. Las relaciones son muchas veces insatisfactorias, cuando no violentas, porque el porno se ha convertido en el referente, por lo menos entre los varones. Un porno muchas veces misógino, con prácticas extremas, que los chavales españoles consumen desde los 14 años… Antes del primer beso. Los jóvenes de hoy son ‘pornonativos’. Y cada vez más estudios apuntan a que esto ya está teniendo consecuencias.

Los jóvenes aprenden un sexo que resulta intimidatorio: para ellos, por el miedo a no dar la talla si no son capaces de emular las proezas circenses de la pantalla; para ellas, porque son objetos sexuales sin voz ni voto. El 47 por ciento de las jóvenes españolas ha mantenido relaciones sexuales sin ganas. El feminismo no ha terminado de trasladarse al ámbito sexual, según un informe publicado por el Instituto de la Mujer y para la Igualdad.

Sin embargo, la escritora Tara Parker-Pope rompe una lanza a favor de los millennials en el New York Times. Sí, se lo están tomando con calma. No se emparejan con facilidad. Pero pueden enseñarnos unas cuantas lecciones sobre el amor… Y cita a la antropóloga Helen Fisher, del Instituto Kinsey: «Me gustaría que la gente entendiera que, si bien los millennials no se casan todavía, y no están teniendo tanto sexo como mi generación, las razones son buenas». Fisher cree que tienen una visión más reflexiva del compromiso. Y añade que «los solteros de hoy buscan aprender tanto como sea posible sobre una pareja potencial antes de invertir tiempo, energía y dinero en el noviazgo». Tendrán menos parejas a lo largo de sus vidas, pero seguramente también se divorciarán menos que sus progenitores.

 A LOS 'MILLENNIALS' NO LES GUSTA DESNUDARSE

Según un exhaustivo estudio de la revista The Atlantic los 'millenials' son bastante más inhibidos de lo que la gente supone. Por ejemplo, les da corte mostrar su cuerpo desnudo por sobreexigencia de imagen. ¿Quién lo iba a decir? ¡Si no paran de lucir palmito en Instagram ligeros de ropa y en las aplicaciones de mensajería directamente sin ropa! Bueno, no tienen ningún problema en mostrar su imagen… siempre que haya sido previamente retocada. Pero, al natural, es otro cantar. Les da pudor.

Johan Disend, fundador de la consultora Redscout, apunta dos curiosas tendencias a Bloomberg. Una es que los varones menores de 30 años que van al gimnasio se cubren con la toalla en el vestuario. Pueden estar ‘cachas’, pero siempre estarán menos ‘cachas’ que los ‘alfas’ con los que compararse. Y tener un cuerpo ‘fofisano’ no ayuda a quedarse en cueros. Y tampoco ayuda que los atributos sexuales no se correspondan en tamaño con el estándar del porno. Mucha presión. A los baby boomers, que están habituados a las duchas colectivas, sin mamparas separadoras, les da lo mismo. Tengan o no tengan barriga; y vayan o no depilados…

Otra prueba en este sentido es que los arquitectos están adaptando los diseños de los dormitorios de matrimonio a las nuevas exigencias. «Las parejas ahora quieren contar con sus propios vestidores y sus cuartos de baño respectivos, por mucho que vivan juntos», dice Disend.

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