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La desaparición de Loan mantiene expectante y angustiado a todo un país. Seguramente por la características del caso: hablamos de un niño de apenas 5 años de edad, humilde e inocente que, arrancado de las entrañas de su entorno más íntimo, habría sido entregado por sus propios familiares a una red de trata de personas, para ser sometido a prácticas innombrables.
Región26 de junio de 2024Por: Julián Farina Balbi (*), especial para Capital 24
Pero cuando se observa el caso más detenidamente, notamos que hay otros elementos que perturban fuertemente a la sociedad: hablo de posibles entramados de corrupción política y policial, de zonas liberadas para cometer los delitos más aberrantes, de absoluta desprotección de los más vulnerables, y sobre todo, del miedo; miedo que se palpa y brota desde las palabras de toda la gente de Nueve de Julio (Corrientes), quienes con el avance del caso, se van dando cuenta de una realidad dolorosa: Loan son todos los niños; hoy fue él, mañana será cualquier otro.
Sobre este punto quisiera que reflexionemos. No sobre las hipótesis del caso, los responsables, o los posibles finales; lo cierto es que hoy Loan sigue desaparecido y todos esperamos su encuentro con vida. Pero sí quiero destacar algo sobre la sensación que percibe la gente del pueblo y en definitiva todos los argentinos, y esto tiene que ver con los fracasos del sistema penal.
“El rey está desnudo” dice el título de esta nota, y según el cuento, unos estafadores habían prometido a un poderoso rey coser las ropas y trajes más bellos para vestirlo, con la advertencia de que estaban hechos de una tela tan especial, que solo podía ser vista por personas dignas e inteligentes. Lo cierto es que nadie se atrevía a contarle la verdad al rey, nadie quería ser el tonto que no lograba ver la tela mágica, y así todos decían ver la ropa que no existía, incluso el propio rey. Solo un inocente niño despojado de toda esa mentira libremente gritó al verlo: “¡El rey está desnudo!”.
El caso de Loan, además de conmovernos profundamente, es también un motivo para reflexionar sobre nuestro sistema penal, es una buena manera de pensar sobre con qué ropa está vestido nuestro sistema de justicia.
Sabemos que el Estado tiene la potestad de avanzar sobre las libertades más preciadas de los ciudadanos; puede detener, puede incautar, puede interrogar, y puede encarcelar gente en prisiones. Todo esto siempre respetando el debido proceso, y sobre todo, justificado bajo el objetivo de la seguridad y la paz social. Concedemos ese poder al Estado para sentirnos seguros; seguros de que ante la comisión de un delito el autor será penado, y seguros en que por ese motivo también el delito será desalentado, habrá menos delitos.
Ahora bien, evidentemente la realidad es otra. El sistema penal históricamente ha fracasado en muchos de sus objetivos: nunca ofreció verdaderas soluciones a las víctimas del delito más allá del padecimiento del imputado; las cifras de seguridad muestran que el fenómeno delictivo no se ha reducido, todo lo contrario; los procesos penales resultan cada vez más largos y dolorosos, aumentando escandalosamente el uso de la prisión preventiva y el hacinamiento carcelario; y los casos que procesa el sistema tienden a ser cada vez más simples y rutinarios, sin atender formas de criminalidad más compleja, concentrando el castigo en los sujetos de jerarquía más baja, casualmente los más vulnerables.
No obstante esa realidad, todos los días vemos detenidos por consumir marihuana o su venta al menudeo, por el robo de un celular o una bicicleta, por lesiones leves o amenazas en una discusión de tránsito, por vender indumentaria o tecnología trucha; incluso estamos acostumbrados a ver cierta publicidad del propio Estado en estos actos mostrando cual trofeos algunos porros incautados, algunas zapatillas truchas, o algunos pibes detenidos por el robo de un celular, bajo operativos y movilizaciones policiales dignas de películas.
Todo eso está bien, nadie dice que no debamos ocuparnos de los delitos menores contra la propiedad, que hay que permitir la falsificación de marcas o desatender el consumo de drogas; pero la pregunta es otra: ¿Qué estamos haciendo realmente con todo ese poder y recursos que le damos al Estado? ¿Estamos ocupándonos realmente de combatir el narcotráfico? ¿Esas medidas repercuten realmente en los objetivos del sistema penal? Las bandas de criminalidad organizada, muchas veces multinacional, secuestros y extorsiones, toda la criminalidad económica, el cibercrimen, el terrorismo y la evasión empresarial, las causas de corrupción, y por supuesto, las grandes redes de trata de personas ¿sufren alguna consecuencia desde la persecución estatal?
¿Qué capacidad real puede mostrar el sistema penal frente a esto?: Prácticamente, es nula.
Por eso me pregunto -desde la analogía del cuento- ¿será cierto que el sistema penal está vestido con las mejores ropas; trajes de eficiencia, de justicia y de seguridad como se pretende muchas veces mostrar? Tal vez, ante casos como el de Loan (y muchos otros similares) que exigen profesionalismo en las investigaciones y rigor en el manejo de información, se demuestra como en el cuento, que esa ropa que se nos pretende mostrar no existe, el sistema es totalmente incapaz de brindar alguna seguridad mínima ante los casos que producen más daño. Y además, en el mientras tanto, permanecemos silenciosamente asombrados ante la burocracia, ineficiencia y discriminación con que el sistema procesa los casos más simples y burdos.
Ese miedo que expresa la gente de Nueve de Julio, la sensación genuina de que Loan mañana será otro niño, nos permite abrir los ojos a todos los argentinos y darnos cuenta de que lo único que el sistema penal nos está ofreciendo son ropas invisibles. Nos permite reflexionar sobre qué justicia penal queremos y qué destino queremos darle al poder de castigar del Estado. El caso de Loan nos transforma a todos en el niño del cuento, nos permite exclamar: “¡El rey está desnudo!”.
(*) Abogado UNLP.
Especialista en Prueba Penal por la U. de Castilla La Mancha.
Director Legal en Estudio Farina Balbi
Whatsapp: 221 – 561 9155
Instagram: @dr.julianfarinabalbi
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