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En los momentos de mayor tensión social, política y económica, cuando la patria se debate entre la dependencia o la soberanía, la unidad del peronismo deja de ser un deseo para convertirse en una necesidad.
Actualidad 10 de abril de 2025
Escribe: Víctor Hortel (*)
No se trata de un valor moral abstracto ni de una consigna vacía de contenido, sino de una estrategia histórica profundamente política, con raíces doctrinarias que definen su razón de ser.
¿Qué significa la unidad para el peronismo?
Unidad no es uniformidad. Es la confluencia de distintas tradiciones, corrientes internas, generaciones y culturas políticas que comparten un mismo horizonte: la construcción de una patria justa, libre y soberana. Como decía Perón, “para un peronista no puede haber nada mejor que otro peronista”, no en el sentido de clausurar el disenso, sino para recordarnos que las diferencias dentro del movimiento no deben ser utilizadas para destruir al compañero, sino para enriquecer una causa común.
La unidad no es solo electoral. Es, ante todo, un principio organizador del poder popular. Sin unidad, el peronismo pierde su fuerza motriz. Divide su capacidad de intervenir sobre la realidad, fragmenta su potencia transformadora y deja el campo libre para que los sectores concentrados del poder económico y mediático avancen con su programa de ajuste, exclusión y disciplinamiento social.
La disputa como parte constitutiva del movimiento
Las disputas de poder dentro del peronismo no son un síntoma de debilidad, sino la expresión natural de un movimiento que está vivo, que tiene representación real en todos los sectores sociales y territorios del país, y que históricamente ha contenido en su seno tanto al sindicalismo organizado como al empresariado nacional, al reformismo social como a la militancia revolucionaria, al municipalismo como a los proyectos de escala nacional.
Desde esta perspectiva, la disputa debe ser comprendida y canalizada políticamente. No negada ni estigmatizada. El problema no es la existencia de tensiones, sino la falta de conducción estratégica que ordene esas tensiones en función del interés superior del pueblo y la nación. El peronismo siempre ha tenido internas; lo que no puede permitirse es la fragmentación.
Cuando se confunde la lógica de la interna con la lógica de la destrucción del adversario interno, se rompe el pacto fundamental que sostiene al movimiento: la lealtad. Lealtad no significa obediencia ciega ni subordinación personalista. Lealtad, en términos doctrinarios, es fidelidad al proyecto colectivo que representa el peronismo.
Unidad como condición para resistir y transformar
En contextos de ofensiva neoliberal, donde los enemigos del pueblo se agrupan con disciplina y ferocidad, la unidad del campo nacional y popular, con el peronismo como columna vertebral, es condición indispensable para resistir los embates y, sobre todo, para volver a construir una alternativa de poder real que convoque mayorías.
Esto implica una enorme responsabilidad para la dirigencia: dejar de lado los personalismos, los cálculos mezquinos, las agendas individuales, y entender que sin unidad no hay 2025, ni 2027, ni futuro posible. Pero también interpela a la militancia: la unidad no se decreta desde arriba; se construye desde abajo, en el territorio, en las bases, en la vida cotidiana de los compañeros y compañeras que, aun en la adversidad, siguen creyendo que el peronismo es el camino para devolverle dignidad al pueblo.
Ahora bien, cuando se discute la unidad, muchas veces lo que verdaderamente está en juego no es la unidad en sí misma, sino quién la conduce y bajo qué condiciones. Es decir, no se trata tanto de un desacuerdo sobre la necesidad de unir fuerzas, sino sobre los términos de esa unidad: quién fija el rumbo, qué sectores quedan incluidos o excluidos, y qué protagonismos deben ceder o consolidarse. Esta tensión, que aparece disimulada bajo la forma de debates tácticos o de diferencias ideológicas, suele ser el verdadero obstáculo para el consenso. Porque la unidad, cuando no está al servicio de un proyecto colectivo y subordinada a una conducción estratégica legítima, se convierte en una disputa de poder por arriba, alejada de las necesidades del pueblo. Por eso, el problema de fondo no es la diversidad, sino la falta de síntesis política que permita organizar esa diversidad en función de un horizonte común.
La unidad, en el peronismo, no es una foto, es un rumbo. No es solo un acuerdo de cúpulas, sino una sintonía profunda entre las demandas del pueblo y la estrategia del movimiento. Para que la unidad no sea táctica y efímera, necesita conducción clara, generosidad política y un proyecto nacional que convoque, incluya y movilice.
Porque el peronismo no es solo un partido. Es una doctrina viva, un movimiento histórico y una herramienta de transformación al servicio de las grandes mayorías. Y cuando el pueblo está en peligro, el mandato es uno solo: primero la patria, después el movimiento, y por último, los hombres.
(*) Abogado y militante peronista.

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