Infancia, pantallas y adicción a la dopamina: la “droga digital”

La sobreexposición de los niños a las pantallas, hoy en día, se ha llegado a convertir en un problema a corto y a largo plazo. Los efectos que produce la hiperestimulación que reciben a través de los dispositivos, no son nada buenos. Está en nosotros, los adultos, limitar sus consecuencias.

Región12 de septiembre de 2025
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Por Florencia Mascioli, de la Redacción de Capital 24 

 

Cada vez es más frecuente la consulta y la inquietud de los padres hacia los pediatras y especialistas, sobre las consecuencias que ya se observan en los niños y adolescentes con respecto a la sobreexposición a las pantallas: celulares, tablets y televisores. 

Los efectos que produce en los niños el estar expuestos a dispositivos que los abstraen de la realidad tangible y los conectan con la realidad virtual, no son nada alentadores: afecta la atención, la concentración, el aprendizaje, la memoria y la regulación emocional. 

La Sociedad Argentina de Pediatría asegura que “en múltiples investigaciones se sugiere que la exposición temprana y prolongada a medios electrónicos está asociada con un mayor riesgo de tener síntomas psicofísicos, en especial con problemas relacionados al aislamiento social, alteraciones de la atención e hiperactividad, del sueño, trastornos de ansiedad y depresión”.

Además, remarcan “que es importante tener en cuenta los riesgos de acuerdo a patrones de consumo y sus consecuencias: sobrepeso, obesidad, alteraciones del sueño, afecciones psicológicas, irritabilidad, poca tolerancia a la frustración, alteraciones cognitivas, de la memoria y la atención, hiperactividad, bajo rendimiento académico y comportamientos problemáticos”. 

 

Dopamina, placer y adicción  

 

En primer lugar hay que comprender que cuando un niño está expuesto a una pantalla, se produce mayor segregación y estimulación en la liberación de la dopamina que es conocida como la “hormona del placer”.

La segregación de dopamina se produce por la estimulación visual que provocan las pantallas y además, por la gratificación que dan los “likes”, en el caso de las redes sociales. Todo esto activa el “circuito de recompensa” inmediato cerebral, lo cual podría ser asociado claramente al comportamiento adictivo de quien ingiere una sustancia psicoactiva. 

En el caso de las adicciones, lo que sucede es que estimulan el centro de recompensa y el cerebro libera dopamina y otras hormonas relacionadas con el bienestar. Entonces, la falta de este estímulo provoca un malestar en la persona y la necesidad imperiosa de repetir dicha acción y el consumo de este comportamiento. 

En el caso del consumo de pantallas, lo que provoca es una euforia intensa: se genera una sensación placentera que vuelve a requerir que se repitan esas acciones. Y es ahí cuando se activa el mecanismo de adicción. Los usuarios de las pantallas – en este caso, nuestros niños- no consumen porque les genera más placer, sino para paliar el malestar que les provoca el “no consumo”. 

La dopamina es un neurotransmisor del cerebro que genera una sensación de bienestar y justamente esta hormona es la que nos mantiene “enganchados”, “adictos”. Y hablo desde la adultez. Pero pensemos ahora el impacto que esto tiene en los niños.

 

Lo negativo de lo virtual

 

La corteza prefrontal del cerebro madura lentamente a lo largo de la infancia. Y se ve afectada por la hiperestimulación constante que provocan las pantallas. Esta zona del cerebro se debilita cuando se acostumbra a recibir estímulos externos en lugar de desarrollar su capacidad de enfocarse.

Además, provoca dificultad para controlar los impulsos: la “gratificación instantánea” que ofrecen las pantallas, obstruye la capacidad de posponer la recompensa y lleva a la toma de decisiones impulsivas. La exposición crónica a estímulos digitales afecta el autocontrol y la empatía. Y no solo eso: cuando mayor tiempo pasen nuestros niños frente a las pantallas, menor será el tiempo que le dediquen a la actividad física, esa que ayuda a conciliar el sueño y a descansar mejor. En este sentido, hay que entender que la sobreexposición a los dispositivos tiene efectos negativos en distintos ámbitos del organismo. 

En primer lugar, efectos físicos: diversos estudios han señalado que el uso prolongado de pantallas puede provocar fatiga ocular, sequedad visual y miopía infantil. Y claro está que la tecnología no puede ni debe sustituir el entorno natural de estimulación que necesitan los niños: el juego libre, el ejercicio físico, la interacción cara a cara y el contacto con la naturaleza. Además, aumenta el riesgo de obesidad, problemas visuales o dificultades de aprendizaje.

Por otra parte, tiene efectos neuropsicológicos: una revisión en más de 100 estudios efectuados en menores de 3 años destaca que si hay un adulto presente que comenta o interactúa con el contenido, se favorecen el aprendizaje y la atención. Pero, de lo contrario, la exposición pasiva o sin supervisión supone un riesgo en el desarrollo cognitivo.

Por último - y no por eso menos importante- uno de los temas que más nos preocupa como adultos y al que más tendríamos que estar atentos es al contenido que consumen nuestros niños, entendido esto como que el principal riesgo no es la pantalla en sí, sino lo que se muestra. ¿Qué les ofrece a nuestros hijos la tecnología y los contenidos que de ella consumen? Tal vez, el ojo adulto tenga que estar puesto en controlar desmenuzadamente todo lo que los niños elijan consumir o lo que les aparezca por defecto: Tik Tok, YouTube, juegos en red, Youtubers y videos que solo los entretengan pero que no les proporcionen ningún tipo de enseñanza explícita. Porque la adicción a querer ver más y más, a “scrollear” en la pantalla sin ningún objetivo claro, es lo que también va a tener consecuencias en la forma en la que podrán controlar o no los impulsos, y con ellos, la “abstinencia” que les puede provocar que como adultos responsables, les saquemos la tecnología de forma abrupta, entre berrinches y caprichos propios de la edad, pero desconociendo ellos mismos sus propias capacidades de autoregulación ante los estímulos que la tecnología ofrece sin límites.

 

 

Recomendaciones 

 

Desde la Sociedad Argentina de Pediatría, brindan consejos para el uso saludable de dispositivos en los niños, teniendo en cuenta que el acompañamiento adulto es sumamente necesario.
●  Establecer límites coherentes acerca de las horas de uso de las pantallas, así como en los tipos de pantallas utilizadas.

● Priorizar la selección de los contenidos para que los niños utilicen los dispositivos con la finalidad de aprender, ser creativos y compartir estas experiencias con su familia.

● Evitar el uso de dispositivos o pantallas durante una hora antes de acostarse y la presencia de dispositivos en sus dormitorios.

● Evitar los contenidos de entretenimiento mientras realiza las tareas escolares.

● Establecer zonas libres de pantallas en los hogares y planificar encuentros familiares sin el uso de dispositivos tecnológicos.

● Evitar su uso durante las comidas principales.

● Colocar los dispositivos en lugares de uso común.

● Participar en actividades familiares que promuevan el bienestar, como deportes, lectura y encuentros sociales.

● Dar el ejemplo. Apagar o silenciar sus dispositivos durante los momentos en familia.

 

Hay un camino posible


Como adultos responsables y con nuestras capacidades cognitivas más desarrolladas que las de nuestros niños, debemos remarcar y poner el foco en la atención a la falta de control sobre el tiempo, la duración y el contexto del uso, si establece la prioridad de esta actividad sobre otros intereses vitales y otras actividades de la vida diaria como el sueño, la alimentación, el aseo, etcétera. Es sumamente importan poder hablar con nuestros niños y adolescentes sobre todo lo que se esconde – y lo todo lo que nos muestra- el mundo digital y su seguridad en internet. 

En esta era digital en donde la virtualidad es moneda corriente, los niños aprenden que gran parte de su sociabilización es a través de una pantalla. Una pantalla que los mantiene quietos físicamente, estáticos frente a un mundo de movimiento digital, lleno de colores, palabras y juegos en los que no son necesarias sus propias opiniones, en donde “todo está servido”, desde el comienzo hasta el final. Donde la imaginación queda guardadita en algún rincón de la memoria y la usarán solo un ratito, solo cuando los grandes les digamos que es hora de apagar la tele o soltar el celular, y se enojen con esos límites que les intentemos poner para ofrecerles un mundo de juegos de mesa, plaza, calesitas y bicicletas. De raspones, de corridas de esquina a esquina, de interacciones cara a cara con otros niños y de lograr hacerles ver que lo que hagamos hoy por ellos, impactará en cómo en un futuro podrán desenvolverse en su propia vida.

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