Axel pragmático: no se regala como chivo expiatorio golpista

El gobernador bonaerense se consolida como el principal opositor a Javier Milei. Denuncia el desfinanciamiento educativo y la parálisis productiva, pero cuida cada paso: quiere acumular fuerza para octubre sin regalarle a los poderes reales la excusa de usar a Buenos Aires como fusible para voltear al Presidente.

Política 15 de septiembre de 2025
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Hipercrítico sin empujar al abismo

 

Axel Kicillof tiene clara la hoja de ruta: confrontar a Milei en todos los frentes sensibles —educación, obra pública, producción—, pero sin regalarle la foto que ansían otros jugadores del poder. Porque si algo aprendió la política argentina en décadas de golpes de tablero es que cuando Buenos Aires aparece como motor de la desestabilización, el costo lo paga siempre el peronismo. Y el gobernador bonaerense, con paciencia de ajedrecista, no está dispuesto a pisar ese palito.

En San Martín, al inaugurar la Escuela Secundaria N°58, Kicillof habló como opositor frontal: denunció el veto a la ley de financiamiento universitario, criticó la motosierra en la obra pública y advirtió que Milei gobierna de espaldas a las mayorías. Pero lo hizo desde un lugar de construcción. 

El mensaje fue claro: llenar el Congreso de diputados que defiendan la educación pública. La diferencia es sutil, pero vital: no planteó derrocar al Presidente, sino condicionarlo políticamente en las urnas.

El pragmatismo bonaerense es evidente. Kicillof sabe que Milei está debilitado por la crisis económica y el voto bronca, pero también entiende que una caída abrupta sería funcional a sectores del establishment que ya fantasean con un recambio tutelado. 

Ser el gobernador que “dinamitó” la gobernabilidad sería el peor título para quien quiere proyectarse al 2027. Por eso se planta como opositor tenaz, pero con un límite: no va a ser el fusible que le resuelva los problemas a otros.

La estrategia es inteligente: acumular masa crítica en octubre, con Fuerza Patria consolidada como primera minoría, para condicionar desde el Congreso y desde el territorio más poblado del país. En paralelo, mostrar gestión concreta —escuelas, hospitales, rutas— como contracara de un gobierno nacional que solo veta y recorta. Así, Axel se asegura que su discurso no sea solo resistencia, sino alternativa de poder real.

El contraste con Milei se volvió pedagógico. Mientras el Presidente se obsesiona con bajar el gasto aunque implique cerrar universidades o paralizar industrias, Kicillof subraya que en el mundo todos protegen lo propio. Habla de Estados Unidos y Trump defendiendo su industria automotriz, de Europa blindando empleos industriales, y expone la paradoja: el libertario argentino marcha en dirección contraria al clima global. La pregunta queda flotando: ¿qué proyecto de país queda si se cierran altos hornos, textiles y fábricas de juguetes, y se apuesta solo a exportar materias primas?

En este marco, Buenos Aires funciona como laboratorio político. Kicillof señala la crisis en el corredor industrial de la ruta 9 y avisa: si se primariza la economía, millones quedarán afuera. 

Y lo hace sin maquillaje, con un lenguaje que mezcla la advertencia técnica con la interpelación popular: “¿cuántos sobran en ese modelo?”, preguntó con filo. Una manera de ubicar la discusión donde realmente duele: en los números concretos de empleo y futuro.

La jugada, en definitiva, es clara. Kicillof quiere que el peronismo acumule fuerza, pero sin precipitar el final de Milei. Quiere mostrar que hay otro camino, pero no transformarse en excusa para un recambio que lo deje marcado. 

Y lo hace con pragmatismo: hipercrítico, frontal, pero no suicida. Porque sabe que en política no siempre gana el que grita más fuerte, sino el que entiende cuándo conviene esperar y cuándo conviene golpear.

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