El dólar se calienta y Caputo promete lo que no tiene

En la previa electoral bonaerense, el mercado se recalienta: ventas de dólares del Tesoro, prohibiciones del FMI y un clima político enrarecido. La brecha se achica, pero a costa de quemar municiones y tensar la tasa de interés al límite. El riesgo: que el artilugio se transforme en un shock inflacionario.

Actualidad 02 de septiembre de 2025
NOTA 22

Entre la realidad del mercado y el mandato del FMI

 

El arranque de septiembre dejó un número que es más que un precio: el dólar oficial mayorista se acercó a los $1.400 y en bancos privados ya se vendió a esa cifra. 

 

En la City se percibe el ruido de fondo: no es un salto técnico, es la fotografía de un gobierno que llega a las elecciones bonaerenses con la divisa desbordada, intervenciones opacas y un Fondo Monetario Internacional marcando la cancha.

 

El Banco Nación lo ofrecía a $1.385, mientras que en el circuito mayorista se operaba a $1.372. El blue, con su volatilidad habitual, trepó a $1.355. En el CCL y el MEP, la brecha se mantuvo casi neutra, un 1% de diferencia. Pero detrás del aparente orden hay un costo elevado: tasas de interés explosivas y encajes récord que enfrían la economía real. Lo que Caputo muestra como “ancla cambiaria” es, en rigor, una economía en terapia intensiva para no pasar la barrera psicológica de los $1.450.

 

Caputo en modo ilusionista

 

El ministro despliega maniobras que se pisan entre sí. Vende dólares a futuro, interviene con depósitos del Tesoro y al mismo tiempo promete divisas que no tiene. Según las consultoras privadas, en apenas dos semanas el Tesoro drenó más de u$s350 millones de sus depósitos en el BCRA, un número que no se explica solo por pagos de organismos internacionales. En la jerga de la City, “quemaron pólvora en chimangos”: usaron dólares finitos para frenar una suba inevitable.

 

El problema es político y financiero al mismo tiempo. Político, porque el mercado descuenta que el oficialismo perderá la “madre de todas las batallas” en Buenos Aires, y la derrota en Corrientes fue la señal temprana. Financiero, porque el FMI impuso como cláusula secreta que no se usen las reservas del préstamo para intervenir en el mercado. Caputo, marcado por su fracaso de 2018, quedó maniatado: no puede rifar dólares del Fondo y entonces aprieta por el lado monetario.

 

El FMI como verdadero ministro

 

El Fondo funciona como verdadero ordenador del plan. La consigna es clara: antes de vender reservas, subir tasas, endurecer encajes y frenar la economía. El resultado es un mercado enrarecido: bancos con regulaciones que les impiden recomponer posiciones, operadores que miran de reojo cada comunicación del BCRA y un Tesoro que promete dólares que no puede entregar. La pregunta no es si el esquema se sostiene hasta las elecciones, sino qué pasa después.

 

Si el oficialismo pierde en Buenos Aires, el blindaje político se quiebra y el dólar puede pasar de ancla electoral a trigger inflacionario. El salto ya no sería de $30 diarios, sino un desborde que recuerde los episodios traumáticos de 2018 o 1989: la diferencia entre administrar una minicrisis o abrir la puerta a un espiral de precios y salarios.

 

¿Banda de flotación o sincericidio?

 

En este contexto, el oficialismo intenta sostener la idea de que el dólar “dominado” es prueba de estabilidad. En realidad, es el efecto de una camisa de fuerza que solo posterga la corrección. 

 

La banda de flotación que dibujó el FMI tiene fecha de vencimiento: cuando se rompa, lo que sigue es shock. El dilema de Caputo es crudo: seguir prometiendo dólares que no existen o sincerar la economía en un salto que lo exponga políticamente.

 

Los empresarios ya lo perciben. Las inversiones se frenan, la fuga de capitales supera los u$s14.000 millones en siete meses y la Inversión Extranjera Directa cayó al nivel más bajo en lo que va del siglo. Nadie pone plata fresca en un país que sostiene el dólar a pura cosmética electoral.

 

La conclusión es brutal pero clara: el dólar a $1.400 no es un techo, es un síntoma. Es el precio de un plan que se sostiene en parches, en intervenciones contradictorias y en la tutela del FMI. Si la política entrega derrota en Buenos Aires, lo que hoy parece minicrisis puede transformarse en una corrida mayor. 

 

Y entonces, lo que Caputo llama “estabilidad” quedará en evidencia como lo que realmente es: una ilusión cara, pagada con recesión y con la última ficha de credibilidad del gobierno.

 

 

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