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El BCRA firmó con el Tesoro de EE.UU. un “acuerdo de estabilización cambiaria” por US$20.000 millones. Las cláusulas económicas son confidenciales y la activación será por tramos. El swap suma liquidez, pero no cambia expectativas.
Actualidad 21 de octubre de 2025Un acuerdo por USD 20 mil millones
El Banco Central anunció el swap con el Tesoro de EE.UU. por US$20.000 millones para “reforzar la política monetaria” y “responder a la volatilidad”. Es la noticia.
El mercado, sin embargo, leyó otra cosa: cobertura. El dólar mayorista subió a $1.475 (+1,7%), a un paso del techo de la banda ($1.490,60); el minorista del Nación cerró a $1.495 y los paralelos pasaron la barrera psicológica de los $1.500 (blue a $1.505; MEP $1.550, CCL $1.566).
El volumen mayorista se desplomó a US$393 millones, síntoma de oferta privada retraída y demanda de formación de activos externos (FAE). Hubo ventas en el techo de la banda y guiños de intervención externa, pero el alivio duró lo que duran los respiros en una corrida preelectoral.
El comunicado del BCRA fue prolijo: el swap amplía instrumentos, fortalece reservas de liquidez y se activa por tramos. La letra chica, en cambio, no estará a la vista: “las cláusulas económicas serán confidenciales”, en línea con acuerdos bilaterales del Exchange Stabilization Fund. Al mercado eso no lo tranquiliza: en un país con memoria cambiaria, las expectativas pesan más que los comunicados.
Qué es –y qué no es– el swap con EE.UU.
El swap no es un desembolso inmediato de US$20.000 millones para vender en la pizarra; es una línea bilateral que se habilita por tramos según “necesidades” y criterios acordados con el Tesoro.
Impacta en reservas cuando se activa cada tramo y, una vez acreditados, los fondos serían de libre disponibilidad. A diferencia del swap con China, la contabilidad y gobernanza son distintas y el socio, por obvias razones, envía otra señal geopolítica.
La autoridad monetaria lo presenta como colchón de liquidez para administrar bandas y microintervenciones sin poner en jaque la hoja de balance. Bien. Pero la volatilidad de estos días no proviene de la falta de instrumento, sino de la falta de credibilidad: el mercado mira precios relativos, reglas, solidez del ancla nominal y coherencia fiscal-monetaria. Si el programa luce voluntarista y la economía real no convalida el ancla, el swap gana tiempo, no cambia el partido.
Cinco ruedas a las urnas
Con cinco ruedas por delante, la dolarización de portafolios (sobre todo retail) es manual. La FAE se acelera y los plazos fijos pierden volumen: una porción de esos pesos va directo a dólar financiero y blue.
En futuros, incluso con pista de intervención en los tramos cortos, la curva se empina y fin de año se negocia alrededor de $1.650. No es un pronóstico infalible: es el precio del seguro que paga quien no quiere exponerse a un cambio de régimen postelectoral.
La intervención del Tesoro de EE.UU. –compras de pesos, ventas en techos de banda– morigera pero no revierte. La demanda privada absorbe cada oferta. La señal del swap ancla expectativas de liquidez, pero no ancla precios si el mercado percibe atraso cambiario respecto de la nominalidad y riesgo de salto discreto. En criollo: no se compra discurso, se compra cobertura.
Mientras tanto, el dólar minorista del Nación sube $20 en el día; el mayorista se pega al techo; blue, MEP y CCL suben en paralelo; y el cripto (el “que nunca duerme”) marca pulso en $1.549. La foto es de tensión sostenida y poca oferta. La película, de expectativas: el mercado presiente una devaluación y se adelanta. Swap o no swap, la balanza la inclina el timing y la credibilidad.
La narrativa oficial insiste en que hay BCRA capitalizado, pocos pesos y superávit fiscal. La aritmética de caja puede cerrar; la macro-política no. La confidencialidad de las cláusulas –justificable en términos técnicos para evitar arbitrajes– levanta suspicacias en una plaza curtida: si la red existe, ¿qué condiciones trae? ¿Hay triggers, colaterales, metas de bandas, prioridades de uso? El silencio alimenta teorías. El mercado no necesita creer la peor; le alcanza con no saber.
Al costado, la economía real marca límites: márgenes apretados, costos dolarizados, consumo flojo y crédito corto. En ese contexto, el swap ordena la caja del BCRA y gana tiempo para administrar la transición; no recompone por sí mismo ingreso, productividad ni confianza. Sin señal fiscal y cambiaria creíbles, la tensión volverá.
El swap con EE.UU. es una señal potente en el tablero geopolítico y una herramienta útil para la mesa de dinero. Pero la corrida es un plebiscito de expectativas. Si la política promete estabilidad y la macro susurra devaluación, gana el susurro. La liquidez compra horas; la credibilidad compra meses. Hoy, el mercado paga por tiempo; mañana pedirá precio. Y el precio, en la Argentina, rara vez se negocia en pesos.
Trump “prendió fuego” la narrativa
A bordo del Air Force One, Donald Trump dejó una frase que hizo ruido en trading floors y sobremesas: “Están muriendo. No me digan que les está yendo genial.” El mismo día en que se oficializaba el swap, el presidente de EE.UU. mezcló asistencia con radiografía brutal. Dijo que evalúa reabrir compras de carne argentina –“si lo hiciéramos, los precios bajarían”– y defendió el apoyo a la Argentina como “aliado en un mundo libre”. Pero el efecto colateral fue inmediato: el mercado leyó urgencia.
Trump puso número político al salvataje (“US$40.000 millones” entre instrumentos y apoyos), recordó que la Argentina “no tiene dinero” y subrayó que el Gobierno “lucha por sobrevivir”. En geopolítica, la franqueza puede ser virtud; en mercados, es volatilidad. La señal de poder –“estamos”– vino con el costo de admitir fragilidad.
Para la Casa Rosada, la declaración reafirma respaldo. Para el inversor que arbitra riesgo, exhibe dependencia: si la estabilidad local necesita retórica y fondeo externos, la pregunta pasa a ser qué pasa cuando el ruido electoral sube o cuando la asistencia venga con condicionalidades (comerciales o financieras).
El posible puente cárnico alivia a un sector y abre chance de divisas; no corrige por sí la brecha de expectativas. La frase “están muriendo” es, además, pésimo eslogan para quien intenta anclar confianza. Resultado: más cobertura en el margen y más presión para que la política hable claro. El swap ordena la hoja de balance; la frase de Trump desordena el ánimo.
El swap compra tiempo, no expectativas: sin ancla creíble, el mercado paga cobertura y espera precio.
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