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El repo de USD 20 mil millones que Scott Bessent anunció como salvataje a la Argentina se empantana. Los bancos exigen garantías que ni Milei ni Trump pueden ofrecer sin costo político. La pulseada deja al desnudo los límites del voluntarismo financiero.
Actualidad 21 de octubre de 2025
Primero la garantía, después el billete
El dinero, como el poder, odia el riesgo. Por eso los bancos que iban a participar del préstamo de USD 20 mil millones que el Tesoro norteamericano prometió para sostener a Javier Milei le pusieron el freno. JPMorgan, Bank of America, Citigroup y Goldman Sachs no sueltan un solo dólar sin garantías. Y esas garantías, hoy, no existen.
El esquema ideado por Scott Bessent —una línea de crédito puente antes de las elecciones— dependía de que los bancos creyeran que el Tesoro de Estados Unidos respaldaría el repago. Pero Washington no quiere firmar un cheque político tan grande en medio de una campaña donde el lema “America First” no admite excepciones.
En el corazón del acuerdo está la desconfianza. Los banqueros recuerdan que Argentina defaulteó nueve veces y que Milei, aunque elogiado por Trump, gobierna con minoría parlamentaria y una economía en recesión. Para ellos, la “nueva era” libertaria no cambia un dato viejo: no hay reservas, no hay plan fiscal creíble, no hay colaterales que valgan.
El Wall Street Journal filtró lo que en el mercado ya se sabía: los bancos no prestan sin garantías legales o activos sólidos. En 2018 Caputo ofreció los Bopreales como respaldo. Hoy esa carta no sirve. Se mencionan los activos del Banco Nación o las acciones de YPF, pero por razones jurídicas sería imposible entregarlos. Incluso se habló del oro del Banco Central, aunque ni su disponibilidad ni su volumen están claros.
La exigencia de garantías no es técnica, es política. Los bancos piden que Trump avale el crédito con recursos del Tesoro. En otras palabras, que Estados Unidos se convierta en garante de la deuda argentina. Para el magnate republicano, eso equivale a hipotecar su discurso soberanista en favor de un gobierno al borde del colapso.
Bessent intentó calmar las aguas con un tuit: “Nuestro acuerdo de estabilización es un puente hacia un futuro mejor para Argentina, no un rescate”. Pero las palabras no reemplazan al dinero. Dentro del Tesoro, varios funcionarios se quejan de que el secretario actuó “como ministro de Economía de Buenos Aires” y no como un funcionario estadounidense.
Trump enfrenta un dilema. Si mantiene el apoyo, corre el riesgo de que el Congreso y la prensa lo acusen de usar fondos públicos para sostener a un “Estado fallido”. Si retira la promesa, dinamita el último dique que contenía al dólar argentino. En ambos casos, el resultado político puede ser el mismo: un aliado debilitado y un costo interno creciente.
Del otro lado del mapa, Caputo sigue construyendo ficción con anuncios: swaps, repos, inversiones tecnológicas. Todos comparten un patrón: mucho humo y cero ingreso real de divisas. El mercado lo percibe. Los bonos caen, el riesgo país sube y la brecha cambiaria se agranda. El ministro parece dirigir una orquesta sin instrumentos.
La trama tiene un costado humano que no figura en los reportes financieros. En los barrios del Conurbano, el “dólar Bessent” no existe. Lo que existe es la inflación en el supermercado, el cierre de talleres, el freno en la obra pública y el silencio de los bancos que no giran un centavo.
El crédito imposible no es una metáfora para el país financiero, sino una condena para el país real.
La Argentina volvió a quedar en el purgatorio de la desconfianza. Ni los mercados la creen, ni los aliados la sostienen, ni los votantes perciben mejoras.
Todo el relato de “liberar fuerzas productivas” choca contra el muro de un sistema financiero global que no se enamora de ideas, sino de garantías.
El gobierno apostó a que la épica del salvataje alcanzaría para domar la expectativa devaluatoria. Pero los mercados ya huelen la fragilidad. El “repo milagroso” debía llegar antes de las elecciones para frenar la corrida. Ahora, cada día sin definiciones es un día más de presión.
En la práctica, el plan Bessent se convirtió en el símbolo del límite del voluntarismo financiero. El mundo del dinero no actúa por fe sino por cálculo. Los banqueros no salvan gobiernos; protegen balances. Y si no hay garantías, no hay crédito.
Así, el dinero vuelve a su lógica natural: esconderse hasta que la tormenta pase. Como en toda crisis argentina, el capital se refugia donde no lo alcanza el sol. Lo que queda, mientras tanto, es el país real: las fábricas vacías, los precios desatados y una sociedad que ya no escucha promesas sino el sonido áspero de la escasez. Bessent podrá hablar de “puentes” y Milei de “reformas históricas”. Pero el dinero —el de verdad, no el discursivo— ya votó. Y votó en contra.
Pez Gordo de Wall Street: “Devaluación inevitable”
Robin Brooks, director del Instituto Internacional de Finanzas, fue tajante: “Milei está librando una batalla campal para evitar la devaluación antes de las elecciones. Pero el peso está insosteniblemente sobrevaluado”.
Brooks, ex economista jefe de Goldman Sachs, sostiene que el gobierno repite un ciclo patológico: cada devaluación licúa los salarios, la inflación revaloriza el tipo de cambio real y la economía vuelve a anclarse al dólar hasta la siguiente crisis. El guion no cambia, solo los actores.
El paralelo con Turquía en 2023 es directo: Erdogan pospuso la devaluación para sobrevivir electoralmente. Milei hace lo mismo, aunque con reservas negativas y un mercado sin confianza. “Después del 26 de octubre —dice Brooks—, el ajuste será inevitable. Si pierde, la fuga se acelera; si gana, podrá culpar a la oposición y ejecutar el salto devaluatorio”.
Para los grandes fondos, la pregunta no es si habrá devaluación, sino cuándo y a qué costo político. En Wall Street ya lo descuentan. El pez gordo no nada a contracorriente: apuesta donde sabe que el agua bajará turbia.
Los banqueros no se guían por ideología ni por fe en las reformas: miden riesgo, leen contexto y huelen debilidad. Si hoy no prestan a la Argentina, no es por falta de afinidad política sino porque no confían en la continuidad de un experimento que se sostiene más en el relato que en los números.
El fracaso del repo expone algo más profundo que un problema de liquidez: muestra que el poder financiero global no se deja arrastrar por cruzadas libertarias ni por slogans. En la economía real, la palabra “confianza” no se declama: se firma, se respalda y se paga.

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