La vejez no es el problema, el problema es llegar mal: esta es una cuestión de jóvenes

“Envejecer no es una enfermedad”, frase que se repite en congresos, documentos técnicos y discursos institucionales. Sin embargo, en la vida real, la vejez sigue asociándose al deterioro, la dependencia y la pérdida de autonomía y no porque sea inevitable, sino porque llegamos a ella sin haberla preparado.

Actualidad 16 de diciembre de 2025
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Por: Lic. Sandra Campos (*)

 

Durante años, la vejez fue narrada como una fatalidad: un tiempo de pérdidas, enfermedades y dependencia. Una etapa a temer, a negar, a postergar en la conversación pública. Sin embargo, el verdadero problema no es envejecer, el problema es cómo se llega a viejo.

Según datos oficiales de organismos internacionales, la esperanza de vida al nacer se ubica hoy entre 74 y 77 años, y esto es una buena noticia. Pero también, al generalizar, todavía podemos caer en una trampa estadística si no se la mira completa porque muchos de esos años se viven con enfermedades crónicas, dolor, limitaciones funcionales y dependencia. Vivimos más, sí. No necesariamente vivimos mejor. 

Es un logro sanitario que seamos una población longeva, pero hay una pregunta que rara vez se formula con la misma claridad: ¿Cuántos de esos años se viven con buena salud? Los argentinos vivimos más, sí, pero no necesariamente vivimos mejor.

La pregunta incómoda es esta: ¿Por qué seguimos pensando la vejez como un asunto exclusivo de los mayores, cuando en realidad es el resultado acumulado de decisiones tomadas mucho antes?

 

El deterioro que sabemos construir

 

En la cultura dominante, el cuidado personal aparece como algo estético, momentáneo o ligado al rendimiento. Comer bien para “verse mejor”. Hacer ejercicio para “llegar al verano”. Dormir poco porque “ahora hay que producir”. Ese enfoque tiene consecuencias.

Las principales enfermedades que deterioran la vejez -diabetes tipo 2, hipertensión, enfermedades cardiovasculares, obesidad, osteoporosis, deterioro cognitivo- no aparecen de golpe a los 70 años. Un dato clave: más del 80% de las enfermedades crónicas que afectan a las personas mayores están asociadas a hábitos y condiciones acumuladas durante décadas, ya que se incuban en la juventud, se consolidan en la adultez y explotan cuando el cuerpo ya no puede compensar. Sin embargo, seguimos hablando de estas patologías como si fueran “cosas de viejos”.

Más del 15% de la población argentina ya tiene 60 años o más, y ese porcentaje seguirá creciendo. Esto no es una amenaza demográfica; es una realidad. El verdadero riesgo es otro: un país con cada vez más personas mayores enfermas, dependientes y sin autonomía, y cada vez menos población activa para sostener cuidados y sistemas de salud. La dependencia no es solo un drama individual: es un problema social, económico y sanitario

La vejez no es una etapa de descarte ni de resignación, pero tampoco puede sostenerse sobre la improvisación ni culpando a terceros o al Estado en su totalidad porque la prevención es gran medida es individual.  

 

La genética influye pero no determina

 

Se suele justificar la falta de prevención con una frase cómoda: “depende de los genes”. Es falso. La genética influye, pero no determina. La evidencia muestra que el estilo de vida tiene un peso decisivo en cómo se envejece.

No se trata de vivir en una burbuja ni de perseguir una juventud eterna. Se trata de llegar a la vejez con un cuerpo que funcione, una mente activa y una red de vínculos que sostenga.

 

Jóvenes: esto también es con y para ustedes

 

Cambiemos la narrativa para cambiar el destino de nuestros hijos y nietos.

Hablarle a los jóvenes de vejez suele parecer exagerado pero no lo es, pues  la vejez deteriorada del futuro se escribe hoy, en rutinas aparentemente menores: horas sentado frente a una pantalla, consumo excesivo de ultraprocesados, estrés crónico naturalizado, falta de actividad física, vínculos descartables. Cada una de esas prácticas tiene un correlato biológico. El cuerpo no olvida, acumula.

No es un discurso de culpa, es un llamado a la conciencia porque nadie elige enfermarse a los 70, pero muchos eligen, sin saberlo, el camino que conduce ahí.

Vivimos en una sociedad que celebra la juventud como valor y posterga la conversación sobre el envejecimiento como si hablar de él lo invocara. El resultado es paradójico: todos queremos vivir más, pero casi nadie se prepara para vivir bien esos años.

Si seguimos asociando vejez con deterioro la negaremos y lo que se niega, no se cuida. Necesitamos un cambio cultural profundo: entender que la longevidad es una conquista es muy válido pero sólo se convierte en bienestar cuando se la prepara.

La vejez no es una fatalidad, es una etapa que puede ser más larga, más activa y más digna o puede ser una extensión de años vividos con dolor y dependencia.

Comer mal, dormir poco, vivir estresados, pasar horas sentados, fumar o consumir alcohol en exceso son prácticas naturalizadas, sobre todo entre jóvenes. Pero el cuerpo no las interpreta como decisiones pasajeras: las registra, las acumula y las cobra más tarde. “El cuerpo envejece con memoria”, dicen los especialistas. Y esa memoria empieza a escribirse mucho antes de que alguien se sienta viejo.

No se trata de prometer juventudes eternas. Se trata de llegar a la vejez con capacidad de decidir, moverse y vivir sin dolor evitable.

Diciembre es un mes de balances y proyectos, nuevos sueños, nuevos hábitos, nuevos vínculos, más interacción física, menos ilusión digital, menos likes y menos amigos virtuales, consumir menos lectura efímera y cultivar conocimiento, mayor contacto intergeneracional y escucha activa, más naturaleza y menos pantalla, más movimiento y menos dolor.

Jóvenes, la vejez también es su problema. La diferencia no está en el calendario, está en las decisiones cotidianas, y esas decisiones empiezan mucho antes de que la palabra “vejez” nos parezca propia.

(*) Directora de  Masa Madre Consultora.

Especialista en Economía Plateada y Longevidad Positiva.

 

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