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A punto de cumplir 32 años, sabia, generosa, guerrera y amada, voló al cielo. Pero hay una historia que vale la pena contar. Nadie nos enseña a afrontar esa palabra a la que todos le tenemos miedo, pero ella dejó un destello de luz en su paso por esta vida: con cáncer se puede vivir igual.
Actualidad 10 de enero de 2024Desde hace tres años su cuerpo empezó a transitar el cáncer y a pesar de eso, la fortaleza que irradió desde el día cero merece ser contada.
Habiendo perdido a su mamá a sus 15 años y con una larga vida por delante, “Kari”, como le decían sus amigos, nunca bajó los brazos frente a las adversidades de la vida, esas a las que uno no espera o al menos no sabe cómo recibir.
Nadie nos enseña a afrontar las enfermedades -ni a la mente ni al cuerpo ni al corazón- pero hay personas que ya llevan innata esa fortaleza que contagia y que nos prepara para empezar a ver el mundo desde otro lugar.
Antes de que termine el año hizo una publicación en sus redes sociales que mostró de qué estaba hecha: y “fuerte” le queda chico: “Con tristeza pero esperanzada. Con fe de que la urgencia va a saber esperar. Nueva quimio, allá vamos! Quisiera abrazar a mi oncólogo Sergio Daniele que durante tres años me rescató de irme al cielo… fue lo mejor que me pudo pasar. Está primero Dios, segundo mi viejo y después él. Yo solo quiero vivir. ¡Y
también gracias a todos los que me leen y me mandan tanto amor! El cáncer no se lleva ni medio crédito, chicos”.
¿Qué tan difícil puede ser intentar poner al margen una palabra que pesa y duele, para poner en su lugar la valentía de sacar a la superficie lo que realmente importa? Para ella, el cáncer era solo una palabra.
Una lucha que dio en silencio. Porque jamás fue determinante. O quizás sí. A partir de eso su sonrisa se transformó en la bandera que levantó frente al mundo doloroso de los demás, de los suyos, de su gente, a pesar de que quizás dentro suyo las cosas no estaban del todo bien.
La franqueza de su mirada hizo saber, a quien tuvo oportunidad de cruzarla, que “la vida también es otra cosa” a pesar de eso y que “al dolor hay que transitarlo”, al dolor del cuerpo y al del alma. Y que sanando, aprendemos, y si aprendemos, podemos vivir en paz. Vivió en La Plata pero, de chica, también varios años en Villa Gesell y cuando tuvo la oportunidad de volver a esa ciudad de paseo, escribió: “No soy una cintura entrando al mar. Soy una mujer desafiando sus miedos. Hace poco por alguna extraña razón empecé a tenerle pánico a meterme en el mar. En esta reencarnación me animé. Hoy le dije al miedo: hoy no, volvé mañana. Hoy dije SI”. Decía que no era muy “instagramera” pero contaba: “a veces, es mi forma de expresarme”.
Contaba que hizo todas las terapias posibles y que cada una de ellas la llevaron a un camino de sanación: “tengo muchas ganas de escribir un libro y contar tantas cosas. Tengo un amor por los niños y los animales que me transforma, quizá por vivencias propias. La pasión que tengo para eso es inagotable”.
A pesar de que desde hace tres años luchó hasta donde su corazón pudo para enfrentar al cáncer, dijo alguna vez: “en mi Instagram está un poco la forma en la que trato de tomarme la vida”. Y así es, navegar por la cuenta de @kari.sivenia.almiron es sumergirse en el mundo del amor desinteresado, de poder maravillarse con la naturaleza, con los viajes, con las aventuras, con los instantes compartidos con la familia y con los amigos, con ella misma, con su propia lucha e incluso el lugar en el que puso a su enfermedad: no le dio otro valor más que el de una simple palabra. Y eligió, a pesar de eso, disfrutar cada día de su vida como si fuera el último.
“El cáncer se vive así, como olas del mar. El secreto está en la capacidad de disfrute cuando estamos en la cresta y en cómo encontrar la calma cuándo nos caemos. Lo cuento desde mi experiencia, con casi 3 años de tratamiento y no pienso tirar la toalla”, escribió una vez.
Respirar, contemplar, aceptar, liberar el odio, abrazar el dolor para poder afrontarlo y soltarlo después. Buscar soluciones, aceptar lo que es, no perder la calma, elegir qué sí y qué no, priorizarse, entenderse y entender al otro, ponerle amor a casa cosa que hagamos aunque no sepamos qué va a venir después: eso era Kari.
“Sería muy lindo para mí que me propongas una nota, nunca me pasó y sí estoy abierta a contar historias de vida que inspiren, que sepan que se puede y que podemos salir adelante. La unión hace la fuerza. Gracias por darme ese privilegio de sentir que tengo una vida para contar, yo no me siento especial en absoluto”, dijo una vez.
Dejó este plano para elevarse más todavía y las redes se inundaron de su sonrisa, esa sonrisa brillante que se ve en la foto y traspasa la pantalla. Como siempre dijo, no nos define lo que nos pasa sino lo que hacemos nosotros con eso. Y aunque ella no se sentía ejemplo de nada, a partir de hoy sí lo es.
Por Flor Mascioli (*)
Te conocí a través de este diario cuando te contacté para hacerte una entrevista y difundir que necesitabas un medicamento oncológico para poder seguir sobrellevando la enfermedad. Al día siguiente me escribiste avisándome que ya lo habías conseguido pero fue ahí cuando empezó nuestra amistad.
Ambas sabemos y nos dijimos, muchas veces, que habernos cruzado en esta vida, en este
aquí y ahora, no fue casualidad.
Conocí tu fortaleza y me mostraste tu debilidad. Entendí el dolor de tu alma y abrazaste la mía como si fuera tuya. Llevaste tu sonrisa como bandera a cada lugar al que fuiste y dejaste un destello de paz por cada persona que, afortunada, pudo recibir tus abrazos.
Me enseñaste que “la vida también es ésto” cuando estuvimos sentadas frente a la orilla del mar en el que pude despedirte anoche mirando al cielo lleno de estrellas: a alguna de esas ya habías subido vos.
Transitaste este plano con una luz poderosa que transmitiste a través de tus ojos y tus palabras: aceptar y agradecer, tus dos grandes dones inigualables a los que fuiste predicando desde la pureza de tu alma, casi sin querer, pero que dejaron una huella en cada uno de los que tuvimos la suerte de tenerte al lado.
Fuiste soldado en las batallas de todos nosotros mientras librabas las tuyas y nos hiciste tiempo y espacio en tus días grises y en los de colores. Fuiste arcoíris después de nuestras tormentas y hacías que salga el sol cuando todos los pronósticos anunciaban lluvias.
La dulzura de tu voz es igual a la de tu alma, y hablo en presente porque resuena en mi cabeza en cada consejo que me diste, en cada “metele para adelante” y en cada “dale que vos podés”.
Conectaste personas, reuniste almas, hiciste milagros. Todo eso con tu fortaleza: con la valentía innata de andar transitando la vida a pesar de tu lucha, tu dolor, tu esfuerzo y tu sacrificio para plantártele al cáncer y decirle “yo no te tengo miedo”.
¿Qué miedo le podemos tener nosotros ahora a las dificultades de la vida? Quienes estuvimos a tu lado sabemos que absolutamente todo se puede enfrentar. Solo hay que animarse y aferrarse a la fortaleza que todos tenemos dentro para atravesar el dolor y hacerle frente.
Todos los que te conocemos te vamos a recordar con el mismo amor y la luz que nos diste. Y los que no tuvieron la suerte, saben ahora que existió una Kari que sonrió hasta el último día en este plano. Porque allá arriba, el cielo es una fiesta desde que te vieron llegar.
Q.E.P.D.
(*) Lic. en Comunicación Social, Locutora Nacional y Periodista en Capital 24.
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