Comer es urgente: madres solteras y niños con hambre, la durísima realidad que se vive en la Argentina

No sorprende pero alarma: inquieta, conmueve, preocupa y es impostergable. Comer es urgente.

Región03 de octubre de 2024
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Por Florencia Mascioli, de la redacción de Capital 24

 

Según el INDEC, el 66% de los chicos menores de 14 años son pobres en la Argentina. Y de ese porcentaje, un 27% es indigente, por lo cual, uno de cada cuatro niños pasa hambre en nuestro país. 

Ese porcentaje que asusta, y que supera a la mitad de los chicos de todo el territorio argentino, contiene una realidad que no sabe de números: en esos hogares, el sustento económico no alcanza ni siquiera para cubrir una Canasta Básica Total (CBT) y esto implica que esos niños no puedan cubrir sus necesidades básicas y por ende, sus derechos.

 

Los niños y sus derechos

 

En 1959, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la Declaración de los Derechos del Niño: un documento que define los derechos de los niños y los cuales contemplan la protección, la educación, la atención médica, la vivienda y la buena nutrición. Y en la Argentina, la ley 26.061 establece, entre otras cosas, que “los niños, niñas y adolescentes tienen derecho a la vida, a la intimidad, a la salud, a hacer deporte y a jugar”.

El pasado 27 de septiembre se conmemoró el Día Nacional de los Derechos de niños, niñas y adolescentes. De esos derechos que les son inherentes desde que nacen pero que muchas veces –en su mayoría, intencionalmente- son vulnerados, queda claro que vulnerar un derecho, sobre todo el derecho de un niño, no tiene perdón.

Que uno de cada cuatro niños en la Argentina sea pobre y que en el hogar en el que vive, su familia no tenga la posibilidad de cubrir ni siquiera la Canasta Básica de alimentos, que supera los $900.000 mensuales, duele. Y más duele que esa pobreza sea generada no solo por la situación económica del país sino también, por los propios progenitores de los niños, quienes pareciera que disfrutan de privarlos de sus necesidades básicas a través del macabro mecanismo que utilizan mediante la falta de pago de la “cuota alimentaria”.

 

“Jefas de hogar”

 

En nuestro país, un reciente informe del INDEC, asegura que 8 de cada 10 hogares “monoparentales” –familia integrada por uno de los progenitores y uno o varios hijos- están a cargo de mujeres. En esta misma línea, según un informe publicado por la Unidad de Género y Economía, denominado  “Madres que crían solas en la provincia de Buenos Aires”, uno de cada diez hogares son monomarentales y de ese porcentaje, casi el 90% son mujeres: es decir, es la mujer quien tiene bajo su responsabilidad tanto las tareas de cuidado y crianza de sus hijos como así también, el sostén económico de su familia y esto genera mayor pobreza porque además de tener que “criar solas” a sus hijos, tienen que hacerse cargo de sostener el hogar económicamente.

¿Sabrán quienes están leyendo esta nota la carga mental que conlleva la crianza en soledad y lo que implica, para nosotras, la responsabilidad de tener que garantizarle el cumplimiento de los derechos básicos a nuestros hijos y, encima, hacerlo solas? ¿Sabrán lo que duele tener que elegir entre tener café en la alacena para desayunar nosotras o que la heladera tenga los yogures que ellos necesitan para merendar y desayunar y alimentarse dignamente? ¿Sabrán, quienes leen, lo que sufrimos cuando nuestros niños nos piden “tiempo de calidad” para jugar y nosotras tenemos que enfocarnos en trabajar afuera de casa para poder garantizarles el plato de comida diario? Tal vez no. 

 

La carga mental

 

La canasta de crianza de la primera infancia, niños y adolescentes, que contempla tanto los bienes y servicios – lo que se estima que destinan las familias a la alimentación, vestimenta, vivienda, etcétera- como las tareas de cuidado-  se disparó un 4,1% durante el mes de agosto. Y además, se incrementó un 300% anual. 

Según el INDEC, durante el mes de agosto, el costo de la crianza ascendió a $367.027 en el caso de niñas y niños menores a un año de edad. En el caso de personas entre uno y tres años de edad, el valor de la canasta de crianza fue 435.256 pesos, mientras que para infantes de entre cuatro y cinco años fue 361.197 pesos. Para niños de entre seis y doce años, llegó a 454.568 pesos.

Parecen números fríos, lejanos, intocables, sin valor sentimental. Pero el estrés que genera en una madre no saber qué tipo de malabares hacer con el tiempo, el dinero y el espacio, para poder complementar la crianza de sus hijos, para elaborar alimentos de calidad y a su vez, para rendir en el trabajo, porque, aunque criar implique “trabajar adentro”, tal como dice una frase, “esperamos que la mujer trabaje como si no tuviese hijos y que críe a sus hijos como si no trabajara”.

Un reciente fallo judicial de Entre Ríos, por primera vez, destacó el valor de la “canasta crianza”, índice que elabora el INDEC, que incluye el costo mensual para adquirir los bienes y servicios para el desarrollo de niñas, niños y adolescentes, y da valor económico a las tareas de cuidado considerando el tiempo requerido para poder hacerlo. En la sentencia, una de las vocales, sostuvo que “ya no hay margen para que pase desapercibida la carga mental que conllevan tanto el cuidado de niños, niñas y adolescentes, como la gestión de las tareas del hogar. Es imperante que esa sobrecarga o esfuerzo psicológico ínsito en la planificación, coordinación y protección de la vida familiar e individual de sus miembros sea reconocida y sea cuantificada desde una faz productiva”. 

Mientras redacto esta nota, cuando voy casi por la mitad, tuve que pedirle ayuda a mi madre para que invitara a mi hija a merendar, porque (y no soy la única) no podemos con todo. Y hablo en plural porque la concentración que se requiere para ser periodista es la misma que se necesita para bañar a un niño y darle la cena para que se vaya a dormir con la panza llena porque “mañana hay cole” (y así y todo, seguir siendo una madre cariñosa, atenta y detallista, con una sonrisa que bloquee la preocupación adulta y no se la transmita a nuestros niños). Y para que eso suceda, hay que tener leche en la heladera, galletitas en el cajón, la ropa limpia para ir al colegio y asegurarse un sueldo para que cuando arranque el mes, podamos pagar el alquiler y todos los servicios. ¿Cómo es posible congeniar todo eso, cuando encima, los progenitores nos castigan no pagando la cuota alimentaria?

 

Violencia económica

 

Para repasar un poco el esquema hegemónico del que estamos presas, recordemos: el 66% de los chicos menores de 14 años de la Argentina, son pobres. La canasta básica de alimentos ronda los $900.000 mensuales. En la provincia de Buenos Aires, 8 de cada 10 hogares son “monomarentales”, es decir que la familia está a cargo pura y exclusivamente de una mujer.  El 61,4% de estos hogares están sustentados por un único aporte, generalmente el de la propia jefa de hogar (la mujer), lo que incrementa su riesgo de vulnerabilidad social y pobreza, tanto de ella como de sus hijos. 

Ahora bien, ¿qué pasa con los padres de esos niños? En los hogares “monomarentales” el sostén económico es la mujer. Y cuando eso sucede, es porque, en general, del otro lado hay un progenitor que ejerce violencia económica sobre sus propios hijos, a través de la mujer, de forma totalmente deliberada.

En nuestro país, la Ley 26.485 (Ley de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres) sostiene que uno de los tipos de violencia de género es la “económica y patrimonial: la que se dirige a ocasionar un menoscabo en los recursos económicos o patrimoniales de la mujer, a través de: a) La perturbación de la posesión, tenencia o propiedad de sus bienes; b) La pérdida, sustracción, destrucción, retención o distracción indebida de objetos, instrumentos de trabajo, documentos personales, bienes, valores y derechos patrimoniales; c) La limitación de los recursos económicos destinados a satisfacer sus necesidades o privación de los medios indispensables para vivir una vida digna; d) La limitación o control de sus ingresos, así como la percepción de un salario menor por igual tarea, dentro de un mismo lugar de trabajo”.

Cualquier hombre que violente a una mujer, ejerce violencia. Cualquier padre que violente a sus propios hijos, quitándoles sus propios derechos –a una vida digna, a una vivienda digna, a una alimentación saludable, a jugar, a una educación acorde a su edad, a tiempos de ocio, a poder cuidar su salud- mediante la decisión arbitraria (y dolosa) de no cumplir con su obligación alimentaria, ejerce también, violencia Y esa violencia no comprende solamente el daño físico, psicológico o moral contra el otro, sino también el menoscabo de su patrimonio, y por consecuencia, el de sus propios hijos. 

 

La crudeza de la realidad

 

Las complicidades, en estos tiempos, no asustan. Quienes apoyan el accionar macabro de los violentos –de los violentos para con sus propios hijos- son parte, en muchos casos, de los sistemas de poder y muchas veces del Sistema Judicial. Pero no siempre: existen Juzgados de Familia que trabajan con perspectiva de género y por ende, de niñez. Y ahí está la clave para cambiar las cosas. 

Hay sentencias y fallos que nos mueven la estantería y nos hacen replantear los viejos patrones culturales a los que fuimos sometidas por un machismo repugnante que, afortunadamente, está siendo pisoteado por quienes tienen la potestad de cambiar las cosas y de luchar a corazón abierto contra las injusticias.

Una Justicia justa, esa sí que es Justicia.

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