Un dólar quieto a fuerza de deuda y promesas externas

El Gobierno sostiene su programa económico sobre acuerdos internacionales de ajuste y endeudamiento permanente. Milei confía más en el respaldo de Washington que en la política interna, mientras los mercados elevan las tasas y la realidad productiva se resiente.

Actualidad 21 de agosto de 2025
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El plan de Milei frente a los mercados y el apoyo de EE.UU.

El corazón del plan económico de Javier Milei no está en la originalidad de sus medidas ni en la promesa de un capitalismo “puro”, sino en la capacidad de sostener compromisos internacionales de ajuste fiscal y metas macroeconómicas a cualquier costo. La lógica es simple y brutal: cumplir con lo firmado, aunque el país real se quede sin aire.

Las licitaciones de bonos, los tironeos con los bancos y los rumores de swaps no son anécdotas técnicas: son la muestra de un programa que no se sostiene en la producción ni en el crédito interno, sino en el endeudamiento permanente. El dólar se mantiene quieto a fuerza de colocar títulos a tasas que duplican la inflación esperada y de negociaciones en Washington que prometen dólares frescos para evitar sobresaltos. La deuda sostiene al dólar, y el dólar planchado es el único ancla de un gobierno que no encuentra oxígeno en la economía real.

Mientras tanto, los bancos hablan de “cazar en el zoológico”: Caputo los obliga a absorber los pesos que sobran, a encajonar liquidez en LECAPs y a resignar spreads. La pulseada se libra en un mercado financiero chico, donde la voluntad del ministro se impone con llamadas y advertencias. 

Pero la tensión está: cuando el Gobierno necesita forzar a los bancos a bajar sus tasas para sostener un relato de estabilidad, el costo lo terminan pagando la inversión, el consumo y el crédito productivo.

Milei sin interlocutores

El problema central no es económico, es político. Milei no concibe la negociación sin insultar al interlocutor. Su modo amigo-enemigo puede entusiasmar a su base electoral, pero le impide tejer acuerdos en el Congreso, con gobernadores o incluso con los actores económicos locales. En ese vacío, el Presidente se recuesta en su único refugio: el apoyo externo.

El acuerdo con el Tesoro de los Estados Unidos, impulsado por Scott Bessent, aparece como el salvavidas inmediato. No fue Milei quien lo pidió: fue ofrecido desde Washington como gesto de alineamiento geopolítico. La contracara es que ese auxilio financiero no es neutral: se negocia mientras se critica el swap con China, dejando claro el juego de influencias. El mensaje es transparente: si Argentina sigue en el camino de ajuste, recibirá dólares de respaldo norteamericano.

Para Milei, la clave no está en construir poder interno, sino en sostener la confianza de sus aliados externos. Su apuesta es que el blindaje internacional compense la fragilidad política local. Pero aquí radica el verdadero dilema: un programa económico puede sostenerse con préstamos y swaps, pero una economía nacional no puede reconstruirse solo con deuda.

La política como sostén del programa económico

En la historia argentina y mundial hay una verdad que se repite: ningún plan económico se sostiene si no tiene músculo político detrás. Podés firmar metas con el FMI, podés endeudarte en Washington, podés fijar tasas imposibles y hasta congelar el dólar por decreto, pero si no hay capacidad política de construir consensos, el esquema se quiebra en la primera turbulencia. 

La política es el cemento que une las piezas: negocia con gobernadores, acuerda con empresarios, contiene a los sindicatos y traduce el ajuste en algo digerible para la sociedad. Cuando ese tejido falta, los números se vuelven papel mojado. Milei enfrenta ese dilema: desprecia la rosca local y trata de reemplazarla con blindajes externos, pero esa sustitución tiene límites. 

La viabilidad de un programa no se mide solo en reservas o en déficit fiscal: se mide en la capacidad de articular intereses, de negociar y de generar legitimidad. Sin política, cualquier plan económico es apenas un Excel esperando la próxima crisis.

El espejismo de la estabilización

Los números muestran calma en el frente cambiario y una inflación en baja. Pero esa estabilización es artificial: no surge de un aumento de la producción ni de una mejora en la confianza interna, sino de un dólar pisado y tasas altísimas que esterilizan pesos. El resultado es una economía real que no arranca.

El propio EMAE del Indec mostró que, salvo en energía, todos los sectores están por debajo de sus máximos. 

Para llegar al PBI potencial de 850.000 millones de dólares, como calculó Ricardo Arriazu, deberían crecer sectores que hoy están paralizados. Y mientras se recortan fondos a provincias, obra pública y medicamentos, se alimenta un relato de orden fiscal que se vuelve frágil: cualquier error de cálculo, en un equipo económico donde “todos piensan igual”, puede transformarse en una crisis de confianza.

Milei ganó la pulseada de corto plazo contra los bancos. Caputo mostró su estilo trader y evitó un salto del dólar. Pero la pregunta es cuánto tiempo se puede sostener un esquema donde la deuda nueva tapa la deuda vieja, las tasas se multiplican y la economía productiva queda en segundo plano.

La política económica de Milei no es un plan de desarrollo: es un manual de supervivencia. Cada medida busca comprar tiempo hasta la próxima licitación, la próxima negociación con el Tesoro de EE.UU., el próximo vencimiento. La realidad, sin embargo, no se cambia con decretos de voluntad ni con discursos de “todos pensamos igual”. Se cambia con producción, con empleo y con política.

La paradoja es evidente: Milei desprecia la política interna, pero depende más que nunca de la política externa. El dólar quieto de hoy no es una señal de estabilidad, es la calma de una economía que vive enchufada a un respirador de deuda. Y la historia argentina enseña que esos respiradores no duran para siempre.

La pulseada con los bancos

El Gobierno necesitaba mostrar que podía absorber los pesos que sobraron de la última licitación. Caputo apretó a los bancos para que bajaran su spread y se alinearan a la tasa oficial. El resultado: menos margen para el sistema financiero, más deuda para el Estado y un dólar que, por ahora, se mantiene quieto. La economía real, mientras tanto, se enfría.

 

 

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