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Con una mayoría aplastante, el Senado tumbó los decretos de desregulación impulsados por Milei y Sturzenegger. Sin conducción, los libertarios quedaron a la intemperie mientras José Mayans, intratable, convirtió la sesión en una goleada parlamentaria.
Actualidad 22 de agosto de 2025Desregulación en crisis
El Senado fue escenario de una paliza política que pocos en la Casa Rosada se animaban a imaginar. En una sola sesión, con números que rozaron lo humillante, la oposición logró darle de baja a cinco decretos de Javier Milei, pieza central del laboratorio de recortes diseñado por Federico Sturzenegger. Los libertarios, sin rosca, se deshicieron como un castillo de naipes.
El líder de la bancada peronista José Mayans olió la sangre desde el inicio y no paró de presionar. “Tenemos dos tercios, elijan si quieren negociar o si prefieren que todas las semanas entremos a sesionar para voltearles el programa”, habría advertido en Labor Parlamentaria. Fue suficiente. Los libertarios no tenían con qué responder, ni siquiera un plan B. El oficialismo, golpeado por los escándalos de Discapacidad y ANMAT, se encontró desnudo. Nadie quiso hacerse cargo.
Contundente
En números, la derrota fue demoledora: 60 a 9 contra el decreto que desguazaba al INTI y al INTA; 57 a 13 contra el que cerraba organismos de cultura; 58 a 12 contra el que tocaba el Banco Nacional de Datos Genéticos; 55 a 13 contra la reforma de la Marina Mercante. No hubo forma de disimular la magnitud de la paliza. Los libertarios quedaron pintados, incapaces de articular siquiera una defensa. La bancada oficialista fue un grupo disperso de espectadores.
El contraste era brutal: mientras en los pasillos el oficialismo mascullaba bronca, adentro Mayans jugaba como Riquelme en aquel Boca-Real Madrid del 2001. Manejó los tiempos y le metió ritmo de potrero a la sesión. “Acá dejan el arco libre y nosotros vamos a meter todos los goles juntos”, lanzó en el recinto. Fue la síntesis perfecta: sin arquero, sin defensa, los libertarios vieron caer decreto tras decreto sin poder atajarlos.
Lo más dramático para la Casa Rosada no fue la derrota en sí, sino lo que se cocinaba al cierre de la sesión. La oposición ya se preparaba para ir por más: el Garrahan y las Universidades. Dos símbolos que condensan el desgaste del programa de ajuste y que, en plena campaña electoral, se convierten en dinamita política. Aunque al cierre de esta edición los proyectos seguían en debate, la oposición estaba cerca de sumar otra victoria que perforaría el corazón del programa económico.
El utopismo no crea realidades
La figura de Federico Sturzenegger quedó marcada en la derrota. Su diseño de desregulación, presentado como el motor modernizador de la economía, no resistió el primer embate parlamentario. Fue el primer test real y lo perdió por goleada. Para colmo, los libertarios ni siquiera lograron disciplinar a sus aliados naturales. Radicales, provinciales y hasta senadores que oscilan entre bandos terminaron sumándose a la ola opositora. En la rosca del Congreso quedó claro que los incentivos habían cambiado: sumarse a la ola opositora daba más rédito que sostener una causa perdida.
El gobierno se desangra en frentes múltiples: escándalos de corrupción, crisis sanitaria y ahora un Congreso dispuesto a sesionar cada semana. Esa es la pesadilla libertaria: una Cámara Alta que no necesita del oficialismo para abrirse y que puede convertir cada jueves en un ring abierto. Karina Milei y Lule Menem, los supuestos operadores, brillaron por su ausencia. La orfandad política fue total. Y en ese vacío, Mayans se movió con la experiencia del que sabe que en política el que se adelanta marca la agenda.
El operativo opositor fue quirúrgico. Desde temprano se aseguraron el quórum con radicales desencantados, peronistas disidentes y provinciales que jugaron al límite. La jugada de Mayans fue doble: mostrar fuerza en la sesión y hacer sentir a los libertarios que no había salvavidas cerca. “No me llamó el gobernador ni me llamaron los libertarios”, confesó una senadora del bloque intermedio que terminó votando con la oposición. El vacío de conducción fue tan notorio que hasta algunos aliados naturales terminaron girando. Es que, mal capitán es mejor que cuando no hay capitán. Lo saben los marineros de todas las épocas.
Un topo empecinado en destruir lo que funciona
La derrota libertaria fue también simbólica. Los decretos que cayeron eran parte de la narrativa central: desguazar organismos técnicos, desarticular instituciones históricas, avanzar en la idea de que todo lo que no es rentable debe desaparecer. Con la decisión del Senado, esa narrativa quedó perforada. No hubo épica de motosierra, hubo épica parlamentaria. No hubo relato de futuro, hubo un presente en donde la política organizada le puso un límite claro al experimento.
En paralelo, el discurso opositor fue letal. El pampeano Pablo Bensusán advirtió que destruir al INTI y al INTA es dinamitar décadas de ciencia y tecnología nacional. El radical Pablo Blanco remató: “Es como matar al enfermo para ahorrarse el tratamiento”. La imagen pegó fuerte porque describió el espíritu del ajuste: un gobierno que ante un problema decide eliminar la institución en vez de mejorarla. Esa comparación circuló en pasillos y hasta en charlas de café, porque resumía la lógica brutal del programa.
Mientras tanto, en la Casa Rosada el desconcierto fue total. Los senadores libertarios, sin instrucciones, improvisaron discursos deshilachados. Ninguno logró articular una defensa sólida. No hubo números, no hubo promesas, no hubo negociación. El oficialismo no ofreció nada a cambio. La política, cuando no se ejerce, se paga caro. Y en el Senado, la factura llegó con intereses.
El oficialismo había intentado frenar la avanzada del peronismo proponiendo postergar la sesión para fines de agosto, justo antes de los cierres de campaña en varias provincias. El cálculo era que algunos senadores no viajarían a Buenos Aires. El tiro salió por la culata: los radicales Vischi y Valenzuela, además de Camau Espínola, terminaron dándole los votos al peronismo. El resultado fue una mayoría aplastante que dejó al bloque libertario en un papel testimonial.
Lo que se vio en el Senado fue una escena de realpolitik. Sin acuerdos, sin caramelos, sin operadores, el oficialismo recibió el precio de su aislamiento. Y la oposición, que huele sangre, ya prepara la ofensiva para convertir cada sesión en un capítulo de desgaste. El mensaje quedó escrito: el Senado no será un adorno, será un campo de batalla semanal.
La sesión dejó una foto que ningún spot oficial podrá tapar: los libertarios arrinconados, sin plan, y una oposición bien en modo bulldozer que promete seguir avanzando. El Senado no solo le dijo que no a Sturzenegger; le abrió la puerta a un festival de derrotas que pueden dinamitar el corazón del ajuste.
Al cierre de esta edición, los pasillos del Congreso hervían con la certeza de que la próxima víctima podía ser el recorte en salud pediátrica y en universidades.
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