Todas somos Julieta Prandi

Esta semana un país entero fue testigo, en primera persona, del calvario que la actriz y conductora vivió por parte de su ex pareja, Claudio Contardi, y además, que siguió durante el extenso proceso judicial que conlleva animarse a hacer una denuncia por abuso sexual y violencia de género pero que, finalmente, este miércoles tendrá su veredicto.

Actualidad 12 de agosto de 2025
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Por Florencia Mascioli, de la Redacción de Capital 24 

 

Cinco años tuvo que esperar Julieta Prandi para que -luego del inmenso proceso que requiere de nosotras el hecho de animarnos a realizar una denuncia por violencia de género- su caso se eleve a juicio; y luego de atravesar esta instancia revictimizante pero reparadora, estemos a pocos días de conocer la sentencia en la que su ex pareja, Claudio Contardi, también está acusado de abuso sexual agravado.

No hay mujer que no se haya conmovido esta semana con la valentía y la fortaleza de esta reconocida modelo y conductora quien ha dicho, en varias oportunidades, que ser una figura pública fue lo único que la mantuvo con vida luego de haber denunciado el calvario que sufrió: incluso contó su historia en un libro que se llama “Yo tendría que estar muerta”.

Su relato sobre el infierno que le tocó vivir durante años junto al padre de sus hijos, es el relato de muchas. Porque –y para el desconocimiento de la Justicia sobre los perfiles psicópatas de los hombres que ejercen violencia de género- en lo que ella declaró durante el juicio y de las declaraciones que hizo a los medios de comunicación que lograron hacer visible su lucha, queda sumamente claro que el accionar de quienes ejercen violencia de género o sexual. Y escribo en plural porque, estos hombres, conforman un grupo de personas que parece seguir una especie de lista imaginaria en la que hay una metodología de comportamientos que cumplen a rajatablas para lograr someter a la víctima.

Contó en varias oportunidades que durante su convivencia con Contardi, allá por 2019, se sentía “muerta en vida”; porque eso es lo que buscan los psicópatas, ni más ni menos. Mientras más vulnerable estamos, más poderosos se van a sentir ellos para poder ejercer sobre nosotras el tipo de violencia que se les ocurra. 

Aunque, en general, los comienzos de las relaciones con estos hombres suelen ser deslumbrantes –porque se aseguran de mil y una formas de tenerte agarrada de pies y manos, creyendo que “encontraste al hombre de tu vida”, en un proceso que en el “abuso narcisista” se conoce como “Luna de miel” porque te van “dando” todo eso que creen que necesitás rendida a sus pies- a medida que pasa el tiempo muestran la hilacha. El tema (y el problema) es que en ese momento ya nos sentimos completamente chiquititas, bajo una sumisión imposible de describir en una o dos páginas. Te alejan de tu círculo familiar insultándolos o haciéndote creer que son esto o aquello, para mantenerte atada con una cadena invisible a su forma de ver las cosas: y lo logran, porque uno les termina creyendo. 

Te someten al punto de que perdés el control completo sobre vos misma: sobre tus gustos, sobre tus tiempos, sobre tu dinero, sobre tus decisiones y hasta te hacen dudar de tu propia cordura. La violencia psicológica, la agresión verbal, suele ser el primer escalón de esta violencia y una llega a creerse absolutamente todo lo que te dicen: “sos vaga”, “sos grasa”, “sin mí no sos nada”, “¿quién te va a dar laburo a vos?”, al punto de que nos terminamos creyendo sus palabras e internamente las convertimos en propias: ¿cómo voy a salir de acá si soy una basura? Porque así nos hacen sentir: que no sos capaz de nada, que no servís para nada. Te destrozan la autoestima. 

Después, la violencia crece y recae sobre esos objetos, momentos y cosas que son importantes para nosotras –recuerdo que una vez me tiraron dos plantines de flores rojas que me había comprado para “recibir” la primavera por el ventiluz de un piso 12- e incluso llegan a golpear a nuestras mascotas porque claro, acá lo único que importa es hacernos daño y nos pegan donde más nos duele.

El psicópata utiliza ciertas técnicas de manipulación muy específicas –y hasta meticulosamente premeditadas- para lograr someter a su víctima al máximo nivel de sumisión posible, incluso, hacerla dudar de su propia memoria. Y luego, no mucho tiempo después, aparecen todas esas acciones a las que se conoce como violencia física a través de un golpe “externo”, una cachetada, un tirón de pelos… como si nuestra mente, nuestra percepción y nuestra autoestima no fueran parte de nuestro cuerpo. 

Entendiendo que los psicópatas no sienten empatía y que su condición forma parte de un trastorno de personalidad narcisista donde lo único que les importa son sus deseos, sus tiempos y obtener su propio beneficio, cómo vamos a pensar que ante el dolor de una mujer, ante el miedo que nos imponen simplemente con una mirada petrificante que hace que lo que menos queramos hacer es hablar, porque nos manipulan mucho más fácil cuando estamos calladas. Y ese silencio en nuestra voz lo logran ellos, los violentos, los narcisistas, los psicópatas, que pareciera que disfrutan de vernos en ese estado.

 

“Yo estaba muerta en vida” 

 

Sobre el infierno que ella vivió, nada dista del accionar macabro de los psicópatas, violentos y manipuladores: “Es difícil, lleva mucho tiempo. Estando en la oscuridad, me costó mucho reencontrarme y aferrarme a eso para salir de ahí. No pensás con claridad, perdés la confianza y dejás de creer en vos misma. Yo estaba muerta en vida y deseaba no despertarme. No quería seguir viviendo un día más así, pero también sabía que debía salvar a mis hijos", reveló en una entrevista.

“Me convenció de que estaba loca, de que todo lo que pasaba era mi culpa. Me alejé de mis amigas, de mi familia, de mi entorno. Me quedé sola”, expresó. Y claro que no es fácil: los psicópatas te manipulan hasta hacerte sentir culpable por sus reacciones violentas: “Vos me ponés así”, te dicen, hasta que te terminás creyendo que si te violentan, la culpa es tuya. 

Reveló que Contardi le decía, entre otras cosas: “Estás vieja”; “¿Qué vas a hacer sin mí? Si no servís para nada”; “Si fueses hombre no te dejaba un hueso sano”, y solamente quienes lo pasamos por situaciones como esas, sabemos que el temor y el terror que nos imponen con los que nos dicen e, incluso, con su silencio como castigo –que es otra forma aberrante de violentarnos, sobre todo durante la convivencia- nos hace quedar inmutables ante semejantes monstruos. 

Un país entero está expectante por lo que suceda este miércoles: este caso puede sentar un precedente en la justicia argentina, que debería empezar a contemplar en sus leyes y en sus penas, que el abuso narcisista existe, que la psicopatía es una condición que tienen casi todos los maltratadores y los violentos, y que son bien conscientes del daño que causan: su nula empatía hacia el sufrimiento de sus víctimas, hace que cuando logramos salir de ahí –de ese infierno- rotas, sin saber quiénes somos, sin saber dónde estamos paradas, sin saber ni siquiera a dónde ir ni con quién, con mucha terapia empecemos a comprender que nada de todo eso es nuestra culpa. No somos culpables de la violencia que sufrimos, somos víctimas: nos eligen casi como a la carta, porque mientras más vulnerables nos conozcan, más herramientas tendrán para abusarnos de todas las formas posibles y sentirse un poquito más “machos”: otra explicación no le encuentro. 

Esta semana, todas somos Julieta Prandi. Ojalá que la justicia argentina empiece a comprender que cuando una mujer denuncia abuso o violencia, el infierno ya lo vivió en carne propia (y seguramente durante muchos años). Animarse a denunciar es un paso muy valiente que no todas se atreven a dar, pero a veces es la única manera de ponerle luz a una violencia tan silenciosa que te va comiendo el alma, el cuerpo, la mente y el corazón.

Y que una vez que nos atrevemos a llevar nuestra situación a la justicia, hay un letargo de sufrimiento que se extiende a lo largo de los procesos judiciales que nos revictimizan, nos hacen volver una y otra vez a ese lugar del que tanto nos costó salir: nos peritan una y otra vez, relatamos lo que vivimos una y otra vez, revolviéndonos la memoria a tal punto que muchas veces algunas abandonan la lucha antes de tiempo. Una lucha que no es para cualquiera, pero que hoy ella está llevando como bandera en un país en el que, todavía, hay quienes se atreven a decir que “abundan” las falsas denuncias. 

¿Qué mujer que ya haya atravesado el infierno de convivir con un psicópata y de haber sido sometida a la peor de las violencias, se atrevería a afrontar –gratuitamente- el largo, tedioso y doloroso camino que implica llevar su historia a la justicia? (un lugar que no abraza). Un camino que no le recomiendo a nadie, pero que es la única forma que tenemos en este país para encontrar un poquito de reparación a tanto daño que nos hacen los violentos: daño, que muchas veces, nos destruye la vida. 

 

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