7 de septiembre: entre votar al peronismo o pedir delivery de espejitos de colores

Hay quienes todavía se preguntan —con cara de preocupación y aire de comentarista de noticiero dominical— por qué habría que votar al peronismo este 7 de septiembre.

Política 02 de septiembre de 2025
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Escribe: Víctor Hortel (*), especial para Capital 24

 

La pregunta, nobleza obliga, es casi un chiste en sí misma. Porque si no votamos al peronismo, ¿a quién vamos a votar? ¿A los vendedores de humo que te prometen libertad en cuotas sin interés, pero después te cobran hasta el aire que respirás? ¿A los fanáticos del Excel que creen que la Patria es un cuadro de doble entrada? ¿O a los que reparten moralina mientras hacen cola en Miami para comprar la oferta del mes?

El peronismo, guste o no, es como el mate: hay que bancarse la amargura inicial para después disfrutar lo que de verdad alimenta. Y quienes lo niegan, siempre terminan tomando igual, aunque sea a escondidas.

 

Ahora bien, en serio: votar al peronismo hoy es votar a Axel Kicillof y a Fuerza Patria. Porque el compañero Axel no viene de herencia ni de apellido comprado en la escribanía, sino de la política militante, de la universidad, del barro de la gestión. Mientras otros se la pasan repitiendo consignas como loros con acento importado, Axel gobierna con lápiz, cuaderno y paciencia de ajedrecista: escuelas abiertas, hospitales en pie, obra pública que se ve y se toca.

 

Es imposible no destacar la enorme gestión que lleva adelante el Intendente Julio Alak en el municipio. Desde que asumió su cargo, Alak ha demostrado un compromiso y una dedicación incansable con cada vecino y vecina, sin perder de vista la justicia social que caracteriza al peronismo. Con una mirada clara hacia la inclusión y el bienestar de todos, sus políticas han impactado directamente en la mejora de la infraestructura local, en la modernización de los servicios públicos y, por supuesto, en el fortalecimiento de las políticas de salud y educación. 

 

No hay que olvidar las obras que hoy son una realidad tangible: pavimentación, ampliación y recuperación de espacios públicos, mejoras en los centros de salud y una constante mirada puesta en la seguridad de la comunidad. 

 

El hecho de que hoy tengamos un municipio más organizado y con proyectos a futuro demuestra que, en tiempos difíciles, el peronismo puede llevar adelante una gestión eficiente y orientada al pueblo. Pero esta gestión no debe hacernos olvidar que, a pesar de los logros locales, las elecciones no son sólo una cuestión de gestión, sino una oportunidad de reafirmar el rumbo político y nacional. Votar al peronismo no es solo un acto electoral, sino una reafirmación de un proyecto que no se vende ni se negocia, un proyecto que trasciende fronteras geográficas y toca las fibras más profundas de nuestra identidad como pueblo. Y es, sin duda, una victoria que también será celebrada por los logros de Julio Alak, que sabe que cada avance local es un reflejo de un compromiso más grande con la justicia social y el bienestar común.

 

Lo gracioso es que algunos “libertarios” hablan de “ajuste” como si fuera una virtud. Ajustar ya ajustó la gente: ajustó la heladera, ajustó los zapatos hasta que se les abrió la suela, ajustó la tarjeta de colectivo. Lo que necesitamos no es ajuste, sino gobierno, y en eso el peronismo sabe más que nadie. Porque a la hora de poner el cuerpo, el peronista siempre fue primero.

 

El Mileismo promete “orden” a puro bastonazo, como si la vida social se resolviera con manual de gendarme de escritorio. El peronismo, en cambio, entiende que el orden verdadero no se consigue con miedo, sino con justicia social. Y esa diferencia, aunque moleste, es la que marca la frontera entre un país que se anima a ser Nación y otro que se limita a ser un experimento neoliberal para el aplauso de cuatro financistas de Wall Street.

 

Por eso, este 7 de septiembre, la decisión no es complicada: o seguimos construyendo con Axel Kicillof una provincia que abraza a su pueblo, o nos resignamos a la patria contratada, tercerizada y a pedido del mejor postor.

 

Y ojo, que esta victoria no se cocina en un laboratorio de encuestadores: se milita en la calle, en la esquina, en la fábrica, en la universidad, en el barrio. Ahí están los compañeros y compañeras peronistas, comprometidos hasta la médula, que no piden permiso ni descanso, que se bancan la lluvia, el sol, la bronca y el desgaste con tal de llevar la palabra justa y la convicción a cada vecino. Son los mismos que saben que la política no es una app que se descarga, sino un compromiso que se vive con el cuerpo.

 

Esos compañeros y compañeras —que dejan tiempo, familia y hasta la espalda en las pintadas y caminatas— son la garantía de que el 7 de septiembre no haya tibiezas: habrá una victoria rotunda, contundente y peronista. Porque mientras algunos sueñan con likes, nosotros soñamos con votos, organización y pueblo movilizado. Y esa militancia no se compra en la góndola del supermercado, se construye con historia, con pasión y con amor por la Patria.

 

Y cierro, como corresponde, con la verdad más vieja que tenemos tatuada en el corazón: el peronismo no es un partido ni una boleta. Es una mística, una marcha que se canta en la garganta colectiva, un fuego que no se apaga ni con tarifazos ni con operaciones mediáticas. 

 

El 7 de septiembre no votamos solo por un gobierno local o provincial, votamos por la certeza de que la Patria no se vende, que la Justicia Social no se negocia y que la dignidad del pueblo es bandera inquebrantable.

 

Porque cuando la historia se escribe en serio, los que saben de memoria el libreto siempre quedan a un costado. Y los que se animan a sentirla y a pelearla, esos, compañeros, siempre se llaman peronistas.

 

(*) Militante peronista.

 

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