“La mujer de la fila”, la nueva película de Natalia Oreiro basada en una historia real

Netflix estrenó el pasado 31 de octubre una propuesta conmovedora, dura y atrapante. La actriz se pone en la piel de Andrea, una madre a cuyo hijo adolescente detienen tras un allanamiento y que ahora debe convivir con una realidad que desconocía: la prisión, la cárcel, el dolor y el encierro.

Sociedad & Cultura10 de noviembre de 2025
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Por Florencia Mascioli, de la Redacción de Capital 24

 

Buenos Aires. Año 2004. Una joven madre, viuda, a cargo de dos hijos chiquitos y uno adolescente. El cansancio de tener que poder con todo sola. La aparente calma de la mañana se ve absolutamente corrompida cuando varios policías ingresan a su casa en un violento e intempestivo allanamiento buscando a su hijo de 18 años a quien, cuando llega a su casa, se lo llevan detenido en un confuso e inesperado episodio, al menos para ella, Andrea, una madre que nunca se hubiera esperado semejante escena. “Es un error, mi hijo es un santo, se están equivocando de persona”, atina a decir, pero el procedimiento no se frena y tras un forcejeo doloroso –física y psicológicamente hablando- ahora es madre de un presunto delincuente. 

Sin nada que perder, Andrea se acerca al Juzgado a intentar detener lo que para ella es una locura. “Soy gente de bien”, explica, pero termina siendo testigo de cómo trasladan a su hijo junto a otros presos al penal de Ezeiza. Al llegar, entre el horror y el amor, decide apersonarse en un terreno que desconocía completamente y se encuentra con la indiferencia más dolorosa que podría haber esperado: una fila enorme de mujeres que, atravesadas por la misma situación, se congregan, una tras otra, para acercarles provisiones los hombres a los que tienen ahí adentro, privados de la libertad: hijos, maridos, etcétera. Ahora, ella, es una más de esas mujeres de la fila. 

Andrea se choca no solo con los paredones inmensos que circunscriben al penal, separando el adentro del afuera y el bien del mal, sino también con la burocracia de un sistema con el que nunca había tenido contacto. Cada mañana, Gustavo, su hijo, la llama desde la cárcel para pedirle abrigo, ropa o comida y ella comienza a olvidarse de su propia vida para dedicar su tiempo pura y exclusivamente a la nueva realidad que atraviesa a su familia: tener un hijo en prisión.

Cuando su abogado le comenta que dictaron la prisión preventiva hasta el juicio –en donde su hijo es acusado de robo- es ahí donde un poco las cosas cambian. La idea que ella tenía de su hijo antes de la detención, se tiñe del color de la delincuencia. Incluso su vida, sus días, sus mañanas en la fila de mujeres que parecen haberse acostumbrado a convivir con el contraste inesperado del afuera y del adentro, de los días de sol con la penumbra de los pabellones y de la sala de visitas, en donde el encierro se siente en los ojos, en las manos, en el ruido y en los silencios; en donde las reglas ahí adentro se respetan o se respetan; en donde uno pareciera tener que conformarse con lo que hay, con lo que sobra, con lo que queda.

Ahí adentro, el instinto maternal de Andrea choca –desde todos los ángulos- con la frialdad de un ambiente en donde reina la poca empatía entre cuatro paredes. Y en donde la cultura que habita entre las rejas, la poca luz y la penumbra, se entremezcla con los códigos del afuera, que ahí adentro, donde las almas parecen volverse oscuras, se comparten entre todos. 

Ser una más de las mujeres de la fila es mucho más que ponerse una tras otra en las afueras de un penal para ingresar a llevar provisiones. Es sumergirse en una realidad compleja en la que abundan los apuros, el destrato, las requisas y la espera. El tiempo parece detenerse ahí adentro, en esos encuentros en los que hay manos, hay abrazos, hay suspiros, hay silencios, hay tiempo, hay deseo, hay dolor, hay amor, hay comida y hay hambre, hay espacio y hay encierro, hay lágrimas y hay encuentros, hay complicidad y no hay pretextos.

La película cuenta la historia real de Andrea Casamento, fundadora de la Asociación Civil de Familiares de Detenidos (ACiFaD) a cuyo hijo de 18 años arrestan por un delito que no había cometido nunca. Pese a eso, debe animarse a convivir con una realidad que desconoce pero en la que se sumerge desde el dolor y el amor. Natalia Oreiro se pone en la piel de todas las Andreas a quienes la realidad de la prisión les cambia la vida para siempre. 

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