“No puedo vivir sin ti”: una película que invita a replantearnos cuán adictos somos al celular

“Es una extensión de mi cuerpo”, dice Carlos, el personaje que encarna el actor argentino en una parte del film. Nos pasa a todos pero, ¿hasta qué punto somos capaces de desprendernos de un teléfono móvil sin que nos genere ansiedad o dependencia?

Sociedad & Cultura14 de octubre de 2024
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Por Florencia Mascioli, de la redacción de Capital 24 

 

Podría comenzar diciendo que la sinopsis es la secuencia diaria de la vida de cualquiera de nosotros. Carlos es el protagonista. Personaje interpretado por Adrián Suar, un ejecutivo que trabaja en España donde vive junto a su mujer y a sus dos hijos adolescentes que es adicto al celular.

Carlos vive con el teléfono móvil en la mano: contesta e-mails, llamadas telefónicas y se suma a videollamadas, concreta reuniones y se desespera cuando, por ejemplo, se queda sin batería.

Se lleva el teléfono al baño y ni bien se despierta es la primera cosa que hace: agarrar el celular. ¿Qué le llama tanto la atención? ¿De qué se quiere conectar y a qué quiere estar conectado?

Su adicción es total, es brutal, y quizás él termina siendo consciente de ello pero, como toda adicción, es muy difícil de controlar. 

Por supuesto que este comportamiento –consciente o inconsciente-  tiene consecuencias en su vida personal. Tanto que su mujer, Adela, no solo reconoce esta adicción y la falta de atención que le provoca tanto a ella como a sus hijos, sino que le pone un freno.

 

La adicción al celular

 

La adicción al celular tiene un nombre específico. Se conoce como “nomofobia” y tiene que ver con un patrón de comportamiento compulsivo y problemático en relación con el uso excesivo y descontrolado del teléfono móvil.

Y este es el caso de Carlos, el protagonista de la película, papel interpretado por Adrián Suar: tal como le sucede a las personas que sufren de adicción al celular, experimentan una necesidad constante de estar conectadas y utilizan su teléfono de manera excesiva, incluso en situaciones inapropiadas o perjudiciales. En situaciones de vida privada, familiar, e incluso en horarios poco comunes como por ejemplo, la madrugada, donde lo “normal” –al menos, biológicamente hablando- sería estar “desconectado”.

 

¿Con qué nos queremos conectar?

 

A lo largo de la película, en varias escenas, el protagonista intenta de muchas formas combatir esa adicción pero, evidentemente no lo logra. ¿Qué hay detrás –o dentro- de este aparato tan tentador, que nos conecta con un mundo exterior pero desde la soledad de nuestro propio cuerpo? Es una extensión de nuestras manos y hace que todo lo que tengamos alrededor, pierda absoluta importancia.

¿Qué hay allá afuera –y adentro del celular- que hace que sintamos una enorme dependencia a estar conectados? ¿Con qué queremos o deseamos estar conectados? ¿Y de qué nos queremos desconectar?

La película hace hincapié en la propia lucha del protagonista en esta realidad que enfrenta y además, que absorbe también a su propia familia porque es su mujer quien ya no soporta ser “satélite” de una realidad que ni siquiera ella le puede ayudar a controlar.

¿De qué o de quién necesitamos depender tanto? ¿Por qué tenemos esa sensación de querer mostrarnos siempre disponibles hacia otro –que elegimos directamente- y no lo hacemos, en el caso de la película, con quienes comparten el techo de nuestra casa?

¿Las adicciones se superan? Sí: claro que sí. Con mucho esfuerzo. Pero este “aparato” que parece tener vida propia, que nos controla la nuestra, nuestros tiempos, nuestros espacios, nuestros descansos y que pareciera tener un reloj biológico propio que nos maneja con agujas digitales hasta el pulso de nuestro cuerpo.

El primer paso para superar la adicción al celular, es reconocer el problema. Ahora bien: ¿qué pasa si nos genera tanta dependencia que no somos capaces de entender que vivir aferrados al “aquí y ahora” de los otros, nos hace perder para siempre el nuestro?: una cena familiar, una juntada con amigos, una tarde de plaza con nuestros hijos, un cumpleaños y hasta un casamiento.

No quiero spoilear más sobre la trama de la película: pero sí poner en palabras lo que, aquellos que se sienten a verla, puedan llegar a sentir cuando se vean a sí mismos dejando de mirar a los ojos a la persona que aman, a una mariposa que se les posa en los dedos o bien, al camino que tiene la vida por delante y que muchas veces, por culpa del celular, no logramos valorar.

Esa “extensión de nuestra mano” tiene una vida útil, una batería recargable. Pero, como no hace tanta falta explicar, nuestra vida real no: se pasa, minuto a minuto, sin alarmas ni despertadores. No nos notifica sobre lo que está por venir, no nos comparte recuerdos sobre lo que sucedió hace un año atrás, ni nos alerta sobre lo que estamos por perder.

Una película para ver y analizar en familia. Dejando el celular en modo avión, ese que nos haría la vida más simple y que nos permitiría mirar un poco más a los ojos, que son la ventana del alma. Y ahí, solamente ahí, está lo verdaderamente importante y la respuesta a absolutamente todas las preguntas. 

 

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