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En política, como en la guerra, el éxito no depende solamente de las buenas intenciones, los recursos disponibles o el fervor de las masas. La diferencia fundamental entre una fuerza política transformadora y una masa desorganizada de voluntades bienintencionadas radica en la existencia de conducción estratégica.
Actualidad 16 de abril de 2025
Escribe: Víctor Hortel
Conducir no es simplemente liderar: es marcar un rumbo claro, organizar las fuerzas disponibles, leer el contexto histórico y anticiparse al devenir. En términos peronistas, la conducción estratégica es la forma suprema del ejercicio político.
- ¿Qué es la conducción estratégica? Es la capacidad de articular los medios disponibles con los fines deseados en un contexto concreto. Implica visión de largo plazo, capacidad de adaptación táctica, autoridad legítima, claridad doctrinaria y sensibilidad social. No se trata de una jefatura administrativa ni de una representación simbólica. Es, en palabras de Juan Domingo Perón, el arte de “llevar al pueblo a la victoria, por los caminos de su felicidad y grandeza”.
- La centralidad de la conducción en la doctrina justicialista. En la cosmovisión justicialista, la conducción es un fenómeno profundamente humano y orgánico. No es una función técnica separada del cuerpo social, sino una relación viva entre el conductor y su pueblo. Perón lo enseñó con claridad: “El conductor no impone, interpreta. No ordena, orienta. No manda, persuade. No utiliza al pueblo, lo sirve”. De allí que la conducción estratégica peronista no pueda separarse de una ética de la responsabilidad social, una sensibilidad popular y una coherencia doctrinaria.
- Las consecuencias de la ausencia de conducción estratégica. En contraposición, la falta de conducción estratégica genera consecuencias visibles y profundas:
* Fragmentación del frente político: sin una conducción clara, cada actor interpreta la realidad según su propia conveniencia, lo que debilita la unidad y potencia las contradicciones internas.
* Incapacidad de acumulación de poder real: sin rumbo, la política se convierte en gestión del presente inmediato. Se renuncia a construir poder transformador, limitándose a administrar lo dado.
* Desmoralización de las bases: el pueblo percibe rápidamente la ausencia de sentido en la acción política. La esperanza se convierte en cinismo, la participación en abstención, la militancia en dispersión.
* Reacción de los factores de poder concentrado: cuando el campo nacional y popular no conduce, el poder real se reagrupa y avanza. El vacío estratégico no existe: lo ocupa el adversario.
* Contradicciones entre táctica y estrategia: sin una conducción que ordene el accionar, las tácticas —por muy inteligentes o hábiles que sean— pueden ir en contra de los objetivos estratégicos. Se avanza en el corto plazo, pero se retrocede en el largo.
Ejemplos históricos
La historia argentina ofrece ejemplos paradigmáticos. El peronismo clásico, bajo conducción directa de Perón, logró en menos de una década una transformación estructural de la nación: industrialización, justicia social, soberanía política. Todo ello fue posible porque hubo una conducción estratégica capaz de orientar los esfuerzos, resistir las presiones y proyectar al país hacia el futuro.
En cambio, los momentos de mayor debilidad del movimiento nacional y popular coinciden con etapas de vacío de conducción o reemplazo de la estrategia por el tacticismo electoral. El resultado siempre fue el mismo: retroceso, división y restauración del poder oligárquico.
La conducción no se improvisa: se forma, se reconoce y se construye
En política, la conducción estratégica no surge por accidente. Se construye con formación, experiencia, lealtad doctrinaria y contacto directo con el pueblo. No basta con ser carismático, audaz o elocuente. La conducción implica responsabilidad histórica y visión integral.
Desde la doctrina peronista, la conducción se reconoce por su capacidad de síntesis, su eficacia en la acción y su fidelidad al interés de las mayorías. Una conducción verdadera no especula: se planta, orienta, y da sentido.
Conducción y organización: una relación indivisible
Desde la doctrina justicialista, conducir no es dominar ni imponer, sino orientar una fuerza social organizada hacia un fin superior. Esa fuerza organizada puede ser un movimiento político, una comunidad, un frente social o una nación. Pero si no existe un orden interno, una articulación funcional de roles, responsabilidades, objetivos y métodos, la conducción se vuelve imposible, porque no hay sobre qué ejercer conducción efectiva.
La organización como precondición de la acción estratégica
La organización no es un obstáculo para la creatividad política, sino su condición de posibilidad. Sin organización no hay planificación posible; no se puede asignar tareas ni responsabilidades; no hay líneas de acción definidas; no se construye poder real.
Por eso, en el pensamiento de Perón, la organización es un valor político central, no solo para la eficacia de la conducción, sino para la dignidad del pueblo.
La organización como herramienta de síntesis
Cuando Perón dice que no se puede conducir lo que no está organizado, está afirmando también que la organización es el punto de encuentro entre la estrategia y la base popular.
La organización es lo que permite que la conducción no sea una voluntad aislada, sino una síntesis colectiva, planificada y ordenada, en la que cada militante, cada dirigente y cada estructura cumple un papel determinado en función de un objetivo común.
Organización + conducción = poder político transformador
La doctrina peronista enseña que el poder no se improvisa ni se hereda: se construye con organización y se proyecta con conducción estratégica. Ambas deben ir unidas.
La organización brinda cuerpo, disciplina, presencia territorial y capacidad de ejecución. La conducción estratégica brinda sentido, horizonte, planificación, interpretación histórica y orientación.
Separadas, son estériles. Juntas, son invencibles.
Conducción estratégica o dispersión sin destino
En un contexto nacional e internacional complejo, con un pueblo golpeado y una dirigencia fragmentada, el gran desafío del campo nacional y popular no es sólo resistir. Es reconstruir una conducción estratégica capaz de interpretar este tiempo histórico, reorganizar las fuerzas sociales y políticas, y proyectar un nuevo horizonte de justicia, soberanía y dignidad.
Sin conducción estratégica, el destino de los pueblos queda librado al azar o, peor aún, a la voluntad de las minorías privilegiadas.
Con conducción, el pueblo se convierte en protagonista de su propia historia.
Porque como dijo el General: “El que no tiene conducción, no llega a ninguna parte. Y si llega, no sabe dónde está”.
(*) Abogado – Militante Peronista.

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